Nace el relato macrista
Dio a luz el relato macrista. Sucedió el 1
de marzo en el discurso presidencial ante la Asamblea Legislativa. Por cierto,
en los años previos uno encontrará distintos esbozos de narrativas del PRO:
aquel que ponía énfasis en la eficiencia de la gestión; otro cuyo acento era la
corrupción; otro más explícitamente noventista que detestaba las estatizaciones
y el papel activo del Estado.
Después de las PASO de 2015 se produjo un
giro con la promesa de preservar la AUH, no privatizar Aerolíneas Argentinas ni
modificar YPF. Eso y más sucedió en el pasado. Pero al ocupar la primera
magistratura se han planteado desafíos que generaron esta nueva narrativa. Se
trata de un relato refundacional de la Argentina. Afirma que no hay nada para
rescatar del pasado. El presente es un corte abrupto, una nueva era. La
historia que narra es cortita.
1. Todos los gobiernos tienen relato
1. Todos los gobiernos tienen relato
Antes de entrar en algunos rasgos del nuevo
relato, conviene realizar algunas consideraciones. ¿Qué es un relato? ¿Hay
gobiernos sin relato? Se acusó innumerables veces al kirchnerismo de tener una
narrativa acerca del pasado, el presente, el futuro, con momentos dramáticos,
con encrucijadas, con logros. Pero la verdad sea dicha: no existen los
gobiernos sin relato. ¿Alfonsín tenía un relato? Por supuesto que lo tenía y
estaba directamente relacionado con la recuperación de la democracia y la
tensión con las corporaciones. Menem adoptó el relato neoliberal que venían
pregonando Neustadt y Grondona. La dictadura tuvo un relato tan potente que se
describió a sí misma como el “Proceso de Reorganización Nacional”. En 1973
Perón tenía un relato que llamaba a la unidad de los argentinos. Y en parte
esos primeros años setenta pueden entenderse como una lucha entre distintas
narrativas peronistas. O sea, no es
objetable en sí que un gobierno tenga relato. En cambio, sí es opinable y
criticable qué se relata, se incluye y excluye, qué se legitima y condena. Si
alguna vez el macrismo soñó con gobernar sin relato, esa ilusión le duró menos
que los cien famosos días de la “luna de miel”.
2. El parto
El parto del relato fue difícil. El debate
interno en el macrismo se dio entre la necesidad de hablar del pasado y
concentrarse en los proyectos y el futuro. Hubo tensiones acerca de cuánto
aludir a la trillada “pesada herencia”. Se reiteraba una queja entre
funcionarios e intelectuales macristas, a veces off the record, a veces en
documentos publicados. Supuestamente la sociedad no percibiría la gravedad de
la situación actual, como la hiperinflación de 1989 o la crisis de 2001-2002.
El punto es que ciertos cambios, “racionalizaciones” y ajustes resultan
políticamente viables cuando la sociedad percibe una catástrofe. Por el
contrario, cuando la sociedad percibe que existe una cierta normalidad, los
argumentos en favor del ajuste se debilitan. Por eso, si la catástrofe no
existía, había que inventarla. Y para hacerlo una condición sine qua non era jamás mencionar las
verdaderas catástrofes de la hiperinflación de 1989 o la crisis de 2001. La
sociedad, sin embargo, no define sus percepciones por un único factor. Influyen
los medios, los discursos políticos, pero también la experiencia real del poder
adquisitivo. También la experiencia real de la inflación. Al contrario de lo
que piensan estos funcionarios macristas, se podría afirmar que la sociedad
percibe bastante adecuadamente la situación actual. La sociedad sí percibe que
había y hay problemas económicos. Que la inflación existía, aunque se
incrementó, y tiene preguntas sobre la viabilidad de sostener el déficit fiscal
y sobre el costo de cerrar el frente financiero externo. Esa percepción
matizada puede apoyar cambios moderados. Nada tiene que ver con situaciones
como la del 89 o 2001. Aquellas corrientes del gobierno actual que presionaron
para que el presidente emita un alarido, “diga la verdad”, hable de la
catástrofe que encontró, lo hicieron por dos razones. Quieren más medidas de
ajuste y quieren más legitimidad para las medidas de ajuste que comienzan a
impactar en estos días: la boleta de luz, otros aumentos, los nuevos
trabajadores y jubilados que pagarán ganancias, los miles de despidos. El
problema que tienen también es doble. El alarido presidencial puede provocar
dos cosas. Sin duda, una mayor polarización política, porque hay un porcentaje
relevante de argentinos que sólo verá en él una serie de tergiversaciones. Pero
quizá sea leído incluso por sectores más amplios como lo que es: una excusa
para autojustificar sus propias medidas. Especialmente, el incumplimiento de
una promesa muy reiterada por Macri: “cada días estaremos un poco mejor”. En
esa tendencia optimista de futuro, que le permitió alcanzar el 51%, no había
lugar para la frase creada por uno de los ministros de Economía de Arturo
Frondizi: “hay que pasar el invierno”. El
relato ha nacido, irá cobrando forma y cambiando sus rasgos cuando crezca. Quienes
insistían en que dedicara buena parte al pasado argumentaban que era
indispensable decirle “la verdad” a la sociedad. ¿A qué se referían con decir
“la verdad”? No se refieren a comparar el peso de la deuda sobre el PBI, ni la
tasa de desempleo, ni el salario real, al inicio y al final del ciclo
kirchnerista. Para ellos, preocuparse por datos técnicos de ese tipo es pura
propaganda K. Llaman “la verdad” a algo muy distinto: su parcial e interesada
lectura de la situación económica como catastrófica.
3. Macri inventó una catástrofe que no
hubo
Triunfó una visión muy sesgada e
inverosímil acerca del pasado. Que el 10 de diciembre de 2015 había problemas
económicos reales es algo evidente. Se desperdició la posibilidad de abrir un
debate acerca de un balance con matices y con diferencias. Porque también es
evidente que esos problemas no configuraban ninguna crisis disgregadora como
las que vivió la Argentina en el pasado.
¿Por qué inventar una catástrofe? Porque un amplio sector de la sociedad
que tiene expectativas en el actual gobierno pide que se cumpla la promesa
electoral de Macri: no hay soluciones mágicas, pero cada día estaremos mejor.
El gobierno empieza a asumir que esa promesa es incumplible. Para ellos la
sociedad debe “tomar conciencia” del desastre económico y, por lo tanto,
aceptar un ajuste de tarifas y del presupuesto social sin hacer reclamos sobre
paritarias y derechos sociales. Como la sociedad no percibe ese “desastre”, los
docentes logran aumentos en torno al 35% o 40% y, por lo tanto, otros gremios
pueden seguir el ejemplo. Si la sociedad continúa en esa tesitura, las cuentas
podrían no cerrar. Es muy cierto, sin embargo, que las cuentas podrían no
cerrar, pero se requiere una mirada muy sesgada para echarle la culpa a los
reclamos sindicales y sociales. Solamente la devaluación del peso, que ya
supera el 60%, fue un beneficio extraordinario para los exportadores. Además,
las retenciones agropecuarias y mineras fueron abolidas, y reducidas para la
soja. Esto implicó un enorme sacrificio fiscal. A esto hay que agregar que si
el Congreso nacional acepta el acuerdo con los fondos buitre, aumentará la
deuda externa y el impacto de los pagos de deuda en el presupuesto nacional,
que hace décadas no eran tan bajos como en la actualidad en relación al PBI. Se
convalidaron aumentos en la tasa de interés y se otorgaron subsidios a
petroleras por la baja del precio del crudo. La reducción de impuestos a los
autos de alta gama no augura un duro invierno para sus compradores. Varios
funcionarios del gobierno ya habían aludido a la “pesada herencia”. Emergencia
energética, emergencia de seguridad, los conceptos del ministro de Hacienda
sobre la “basura” y la “grasa militante”. Pero otros, en línea con Durán Barba,
no traían malas noticias. El asesor ecuatoriano saca cuentas y llega a una
conclusión sencilla: Macri no podía ganar las elecciones solo con el voto anti-K.
Obtuvo sin duda muchos votos de indecisos, que prefirieron esa opción, por la
razón que fuera, pero sin enormes pasiones ni convicciones enardecidas. El hecho es que si hubo luna de miel, ya
llegó a su fin. El analista Eduardo Fidanza ha escrito en La Nación que si los votantes de Macri tenían en diciembre pasado
una cierta “euforia”, hoy la opinión pública está dominada por un “optimismo
realista”. Eufóricos ya quedan muy pocos y la mayoría de quienes apoyan al presidente
ven en la inflación y en el temor a perder el empleo un problema. La pregunta,
dice Fidanza, es si ese optimismo ahora moderado se mantendrá y ese sector de
la sociedad seguirá junto al gobierno. O si, por el contrario, lo abandonará.
Esa es la gran encrucijada.
4. Una felicidad no sustentable
Por eso, la imagen de felicidad devino
insustentable. Ese optimismo habilita más reclamos sociales. Para acallarlos
hace falta describir a la Argentina como si acabara de ser bombardeada y
destruida en una guerra. Habrá que ver cuántos podrán rodearse de globos de
colores en medio de las ruinas y la devastación que acaban de inventar. Si Macri se sintiera más sólido y confiara
más en su propio plan económico, seguramente no apelaría a la tardía invención
de una catástrofe. En cambio, si la situación fuera más delicada, incluso por
la dudosa llegada de los prometidos capitales, es probable que termine apelando
a una enorme polarización, para hacer frente a todos los reclamos de los más
diversos peronismos. En esos casos, el oficialismo apelaría a la lealtad
patriótica para escindir a los indecisos entre quienes se sumen al apoyo
incondicional y quienes apresuren una retirada. El nuevo relato apuntala el
proyecto económico. En cualquier caso, esa es la paradoja del macrismo: sólo
puede existir por el furioso antikirchnerismo, pero esa misma furia es la que
limita su amplitud, su discurso y su proyección. Si alguna vez Macri soñó
realmente con que su gobierno uniría a los argentinos, como dijo el 10 de
diciembre y repitió el 1 de marzo, ante la Asamblea Legislativa renunció a ese
objetivo. Ni el 54% que votó a Cristina Kirchner en 2011 ni el 48,6% que votó a
Daniel Scioli aceptarán la descripción propuesta. Pero los problemas de gestión
impulsan a renunciar a uno de esos objetivos en pro de su sustentabilidad
política. Sólo inventando la pesada herencia, en palabras de Carlos Pagni,
“puede justificar los aspectos más antipáticos del reordenamiento”. Incluso
cabe preguntarse hasta qué punto muchos aliados del gobierno que fueron
oficialistas hasta 2013 podrán comprar o flirtear con este relato de los 12 años
de kirchnerismo.
5. Ausencias notables
Es muy positivo chequear un discurso
presidencial. Pero también hay que considerar aquello que no dijo el orador. El
relato macrista es el reverso del relato kirchnerista. Una de sus
peculiaridades es que se trata de un relato breve en el tiempo. Cortito. Todo
habría estado muy mal en los últimos diez años. De ahí, tres ausencias
notables, tres cosas que no existieron en la Argentina: nunca hubo crisis en
2001-2002, tampoco existió la década del noventa y sólo de una manera difusa
alguna vez gobernó Alfonsín. De allí que
el 24 de marzo haya aparecido por la ventana en el relato macrista: a través de
la llegada de Hollande y su comitiva. El 24 de marzo sería como el
Bicentenario, un telón de fondo. No sería una de las causas que explica parte
de los problemas de la Argentina. En cambio, para vastos sectores de la
Argentina el “Nunca más” no se refiere sólo a un gobierno dictatorial. Se
refiere al terrorismo de Estado y a un plan económico para destruir el país.
6. Ningún relato le puede ganar a la
experiencia social
El Gobierno intenta remontar las encuestas
y ganar tiempo. Pero si la tendencia de estos meses no se revierte en caída del
poder adquisitivo, una parte de sus bases sociales pueden comenzar a erosionarse.
Es cierto que todo depende del éxito o fracaso de su plan económico, más que de
cualquier relato. Pero se trata de un círculo. Si el relato macrista es
aceptado por la mayoría de la sociedad podría haber un cambio devaluado: se
cede ante demandas de derechos y equidad, y se “gana” un optimismo resignado.
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