La memoria ganada
El contraste fue tan intenso, tan fuerte,
tan bifronte, que daba escalofríos. No solo las teníamos frescas en la retina,
sino que mientras la plaza se iba llenando y llenando y estirándose para seguir
entrando gente, los televisores de los bares de Avenida de Mayo las repetían:
Mauricio Macri y Barack Obama solos, solos de una inmensa soledad, unas pocas
horas antes, llevando adelante un homenaje un 24 de marzo, el del 40
aniversario, y arrojando flores al río. Era el Día de la Memoria, y no eran
ellos los hombres apropiados para hacer ese homenaje. Por más que se sea
presidente de Estados Unidos, hay que ponerse en el lugar de un pueblo que
recuerda a sus muertos. No lo hizo. Fue una escena bizarra. Un paso de comedia
negra. Macri no experimenta ninguna emoción por esos muertos sin tumba. Esos
hombres, mujeres, niños y ancianos no libraban ninguna guerra. Un funcionario
de Mauricio Macri dijo hace poco que no fueron 30.000 sino muchos menos, pero
poner en duda el número para rebajar el escándalo de un genocidio no fue lo
peor que dijo. Lo peor fue que dijo que los familiares falsearon el número para
cobrar subsidios. Por chorros.
Lopérfido no dijo esa palabra pero los
funcionarios del gobierno PRO y los periodistas que le hicieron la campaña y
hoy lo encubren instalaron ese cliché en el que tarde o temprano cae todo aquel
que impugne este modelo extractivo de dignidad. Si se reclama un Estado que
acolche y penetre en los pliegues más pobres de la sociedad para llevar
servicios, ya decretaron que será para “hacer del Estado un aguantadero de la
política”. Ese es el relato PRO que conduce a acuchillar la política para que
no tengan que competir con ella los empresarios y los financistas.
El de ayer [el jueves 24] fue un choque de performances
políticas, pese a eso. Porque la política tiene la mala costumbre de no dejarse
evitar. A partir del mediodía, en la plaza de Mayo, empezó a llover gente, organizada
y suelta, con una abundancia meteórica y una fuerza de vendaval. Gente atizada
por los sucesos de esa mañana, por la militarización de la ciudad, por el
sonido de los helicópteros. Gente en cuyas familias hubo algún desaparecido y
gente que en las suyas ya hay más de uno sin trabajo. Gente humillada. Gente
con la conciencia clara de que el gobierno de Macri no vino a gobernar para
todos sino a suprimirlos simbólicamente a ellos, que vino a despreciar sus
emblemas, a perseguir a sus referentes, a habilitar violencia institucional y a
describirlos con adjetivos de mala espina.
La plaza ayer fue en realidad apenas el
corazón de una movilización que la desbordó y la hizo chorrear gente para todos
sus costados. La memoria no está alterada. Podrán estar alterados los ánimos,
las decisiones, los pálpitos, pero la memoria está intacta. Varias generaciones
dieron ayer testimonio de eso. Eso sí es cosa juzgada, no sólo por los jueces.
Es cosa juzgada por la racionalidad y los corazones. Tiraron gente al río que
ayer recibió flores arrojadas por un presidente que dice que en su país abunda
la autocrítica. No nos importa si los norteamericanos hacen autocrítica. El
presidente del país que creó el Plan Cóndor tenía de disculparse en nombre de
su Nación.
La plaza y sus alrededores, llenos de gente que fue a decirles presente a los desaparecidos, estaba viva. La memoria
le hace bien a la salud de un pueblo. Nos duelen infinidad de cosas en estos
días. Pero no es poco y hay que advertir que la corrección política de Obama
que se tuvo que fumar ayer el presidente argentino no es espontánea sino el
producto de cuarenta años de lucha ininterrumpida. La batalla de la memoria la
ganamos.
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