No son ñoquis
José Luis Brés Palacio
Un cielo nublado apenas podía atemperar los
efectos de la canícula sobre nuestros cuerpos. A pesar de eso, era inevitable seguir
sintiendo que nos derretíamos sobre el pavimento. El 29 de enero en la plaza 25
de Mayo de Resistencia, trabajadores del Promeba en Chaco organizaron una
ñoqueada en el Paseo de los Artesanos para afirmar justamente lo contrario: que
no son ñoquis los 50 despedidos de uno de los tantos programas, oficinas
devastados y desbastados en 50 días de gobierno del Atila neoliberal, Mauricio
Macri.
“Ñoquiero más despidos”, rezaba la leyenda
pinchada en los escarbadientes con los que servían las porciones. Lo curioso (y
hasta indignante) es que la ñoqueada fue una jornada de trabajo para protestar
por haber sido despedidos de sus trabajos. Conversando con ocho de los
cincuenta protagonistas de este paso de tragedia propuesto por el gobierno
macrista pudimos percatarnos de que de lo único que hablan una y otra vez con
los que concurrimos a la plaza es, justamente, de sus trabajos. ¡Qué ñoquis más
raros! ¿No?
Rocío es arquitecta y su trabajo era la
promoción urbana en el barrio Familias Unidas.
Lucas, licenciado en Trabajo Social, tenía a su cargo el área Central
del Promeba en Chaco. Nilce es promotora social en el barrio San José Obrero
desde hace dos años y medio. Desde hace ocho años, Clarisa promueve la
urbanización en el barrio Toba. Carina, la más antigua del grupo, es asistente
social y, en su expresión, se nota que intenta sobrevivir respirando
desesperación. No faltaron en la conversación los aportes de Leandro
(arquitecto), Carlos (licenciado en Ambientalismo) y de Víctor, encargado de la
comunicación institucional, proyectos de comunicación popular ejecutados en los
barrios y comunicación externa del Promeba, que concebía a la promoción social
como el cruce de múltiples variables, actividades y actores y que no se limitan
al ordenamiento, limpieza o embellecimiento urbano. No se trata sólo de una
ciudad limpia. Se trata de una sociedad cada vez más organizada, autosuficiente
y congregada en torno de la solidaridad.
Quedan claras algunas cuestiones
conversando con ellos: amaban su laburo porque se identificaban profundamente
con él. Ergo: no son ñoquis. Si lo fueran, deberíamos sentir la necesidad
imperiosa de convertir a nuestro país en una exuberante fuente de ñoquis. Otra
conclusión es que no se trata sólo de 50 despedidos, sino de 50 familias que
quedan a la deriva enfrentando un futuro incierto y poco prometedor. La última:
¿cómo se llama al proyecto político de un gobierno que deshace emprendimientos
en una sociedad que la hacen cada vez más “sociedad”?
Todos los despedidos se enteraron de esa
situación por una nota múltiple que “nos partió como un rayo”, según afirmó uno
de ellos. A partir de entonces, para estos profesionales y trabajadores no
existen más que la incertidumbre, el desamparo y la impotencia.
Seguramente, resulta imponderable el nivel
de estrago social que puede causar aún un gobierno que junta paladas de
ilegitimidad y se las tira encima como si fuera dulce de leche.
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