Una road movie narco de cabotaje
Anfibia | INFORME
Héctor Ferreyra duerme, pero no con
profundidad. Es la madrugada del sábado 9. Escucha ruidos, se despierta, y
agarra su escopeta para ver qué pasa. Pero se topa con los prófugos [los
hermanos Lanatta y Víctor Schillaci], dos de ellos vestidos de verde, que lo
apuntan con un arma larga y dos cortas. Lo reducen y lo maniatan. Él les ofrece
plata. Quiere que se vayan.
Un día después, ya con el miedo abandonando
el cuerpo, Ferreyra contará: “Me dijeron que tenían dólares y me los mostraron.
Se llevaron unos jugos de la heladera y querían pagarme. Dijeron que sólo
querían mi camioneta. Uno estaba lastimado, los otros dos estaban bien. Me
dijeron que la Policía les tiró, pero no, era mentira, había chocado la
camioneta”. Es la Amarok, volcada a unos mil metros de la vivienda de Ferreyra.
Los prófugos se suben a la Toyota Hilux de la víctima, que deberán abandonar no
muy lejos de allí, en un paraje llamado Cuatro Bocas, empantanada.
Ferreyra recordará con particular interés
el momento en que los fugitivos discuten, o al menos ensayan una escena, frente
al productor rural: “(Martín) Lanatta, el que estaba más lastimado, pidió que
no me maten y los otros decían: «Lo vamos a matar para que no hable». Gracias a
él estoy vivo”.
Las denuncias del ingeniero Reynoso [a
quien los prófugos dejaron maniatado en su departamento de la capital
santafesina] y del productor Ferreyra, la aparición de la Amarok volcada y la
Hilux empantanada, además de los dichos de los policías que estaban en los
controles de la ruta provincial 1 terminan por definir, con las primeras luces
del sábado 10, que los prófugos están en esa zona. Los efectivos de la
comisaría 5ª de Cayastá deciden intervenir. Piden prestados tres caballos al
baqueano Juan Manuel Chellini. La Ñata, la Tostada y el Tostado, con sus
jinetes uniformados, marchan hacia la zona de Cuatro Bocas y Campo del Medio,
entre Cayastá y Helvecia. Lo sugerido dos días antes por el jefe comunal de San
Agustín se pone en marcha en el departamento Garay, claro que con la Policía
santafesina.
“Bairoletto” le dicen a Enzo Duprá. Tiene
56 años y se jubiló meses atrás. Llama la atención su apodo, por el apellido
del famoso bandido rural nacido a menos de 300 kilómetros de allí más de un
siglo atrás. Y mucho más porque fue policía tres décadas, casi siempre en el
área de investigaciones. A las diez de la mañana del sábado 9, a unos tres
kilómetros del lugar donde había volcado la Amarok, Bairoletto toma mates con
un peón del campo donde trabaja cuando ve a lo lejos un hombre que camina en
dirección a lo de su vecino, Luis Cabral. “Se arrima y me pide agua”, contará
este último. El hombre está golpeado y quiere tomar unas pastillas. Dice que es
de San Justo y que tuvo un accidente.
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Ambos, Bairoletto y Cabral, al ver a ese
hombre desarropado y rapado, con un visible tajo y su consecuente hematoma en
el ojo izquierdo, saben enseguida que es uno de los prófugos. Cabral se mete en
la casa, hace salir a su mujer por la ventana, pero al volver con el vaso de
agua el desconocido ya no está. Bairoletto, al ver la escena, se acerca a
ayudar a su vecino y el forastero se aleja.
Bairoletto se sube a su camioneta, da la
vuelta, le corta el paso y le grita: “¡Alto, Policía!”. En el acto, el
desconocido, desarmado, se rinde ante el policía retirado, quien lo entrega
instantes después a dos uniformados de la seccional 5ª, los que estuvieron un
rato antes en la zona y acaban de ser alertados por el peón del campo donde
trabaja Bairoletto.
Después de trece días como prófugo, Martín
Lanatta elige el momento para entregarse. Sólo pide que busquen rápido a sus
compañeros. “Se van a morir en el campo”, calcula. Pero no le llevan el apunte.
Papelón
El sábado 9, durante la mañana y el
mediodía, en Argentina no se habla de otra cosa: atraparon a los tres prófugos.
También cayeron Christian Lanatta y Víctor Schillaci, cercados por fuerzas
federales en la zona de Cuatro Bocas. La ministra Bullrich se lo comunica al
presidente Mauricio Macri y éste manda la felicitación por Twitter por la
triple captura. Lo mismo hacen la vicepresidenta Gabriela Michetti y
funcionarios nacionales; también el gobernador santafesino Miguel Lifschitz y
su antecesor Antonio Bonfatti. Todos hablan en plural: los prófugos fueron
recapturados. Pero sólo aparece la foto de Martín, golpeado, exhausto, vencido,
exhibido como un trofeo de guerra. Y nadie sabe dónde están los otros.
La ministra Bullrich viaja en avión a
Cayastá para dar cierre triunfal al operativo. Pero de forma imprevista baja
antes, en el aeropuerto de Sauce Viejo, pegado a la capital provincial, y nunca
llega a Cayastá. En pleno vuelo, el ministro santafesino Pullaro le asegura que
sólo recapturaron a Martín Lanatta. Bullrich le dice que tiene otra
información, que están los tres presos. Incluso aporta a la confusión los
detalles que un gendarme le da sobre la captura de los otros dos. “De todos
modos, se ve que la duda le quedó y decidió bajar en Santa Fe”, aseguran desde
el Ministerio de Seguridad santafecino. La polémica recrudecerá sin indirectas
entrada la semana. Y cada uno se mantendrá en su postura.
Pero
ahora, en la tarde del sábado 9, el papelón está en marcha: faltan dos. Llega
la aclaración del jefe de Policía provincial Rafael Grau y también de su
superior, el ministro Pullaro. Bullrich debe atajarse en conferencia de prensa:
todo fue un error, dice. Y también dice que ese error es producto de la
infiltración narco en las fuerzas de seguridad y que esas horas en las que se
afirmó que todos estaban presos se paró la búsqueda para favorecer a los
fugitivos. Cosa que el gobierno santafesino niega: nunca se suspendieron los
rastrillajes por el simple hecho de que siempre se sostuvo que había sólo un
detenido.
Las principales firmas de los dos diarios
más importantes del país elegirán luego a Pullaro como el culpable de la
desinformación, en notas publicadas antes de que los restantes prófugos caigan.
Pullaro les responderá en forma indirecta en una conferencia de prensa, cuando
llega el desenlace: “Quiero agradecerles a los medios de mi provincia por el
trabajo serio que llevaron adelante con la información” (hizo silencio y se
escucharon aplausos). Un instante más tarde se abrazó con la ministra Bullrich.
El domingo 10 se propaga por las redes
sociales una certeza que hasta se convierte en nota periodística en algún
portal. Se basaba en la notificación del juez Torres en la que pedía que, de
inmediato, le envíen a los tres recapturados del día anterior, firmada sin
conocer la falsedad de la información. La hipótesis que circula en las redes
sostiene que la Policía santafesina detuvo en el mediodía del sábado 9 también
a Christian Lanatta y Víctor Schillaci, pero los dejó ir a cambio de dinero. Es
otra manera de explicar el desaguisado de la falsa información.
“Fijate que a las dos de la tarde del
sábado (Ricardo) Canaletti, el de TN, dice claramente dónde y cómo los
detuvieron: «Martín Lanatta fue el primero en caer detenido; lo venían
corriendo a caballo. Después su hermano Christian unos kilómetros más adelante
también fue detenido, rodeado por la Policía. Y el tercero, Víctor Schillaci,
al que le debieron hacer algunos tiros de advertencia; sí, porque ahí hubo
tiros cuando cayó Víctor Schillaci»”, recrea un vocero del macrismo la
descripción del periodista. Y avanza en una conclusión: “Seguro que compraron a
esos narcocanas y los dejaron ir”. Desde el socialismo, consumado el desenlace
del lunes 11, hacen hincapié en una obviedad: los prófugos están detenidos. Y
repiten lo que suele decir una escritora a la que le gustan los policiales:
“Nadie nace Canaletti”.
Los rastrillajes continúan el domingo 10, a
pocos kilómetros de Cayastá, en Helvecia, cabecera del departamento Garay. Una
radióloga que está alojada en un complejo de cabañas junto al río San Javier
denuncia que dos hombres, uno vestido de negro y otro con una camiseta de Boca,
le exigieron que les abriera la puerta. Ella pidió ayuda y pronto se repitieron
las escenas que dos días antes se dieron en la localidad de Recreo.
Decenas de efectivos federales y
provinciales recorren el complejo y hasta patrullan el río, aunque el momento
cumbre para la televisión es en la tarde del domingo 10, durante un operativo
en un aserradero ubicado frente a las cabañas. Con camarógrafos, periodistas y
vecinos en la línea de fuego de efectivos que hasta se sumaron a la cacería en
ojotas, un uniformado destapa un bote que está estacionado dentro de este
predio y allí suenan un par de disparos. Otra falsa alarma.
De los dos prófugos que faltan no hay
noticias, aunque todos aseguran haberlos visto. Parece una historia de
aparecidos: los policías corren armados al son de las visiones de los vecinos,
como si los prófugos se reprodujeran en cada una de las casas.
Arrocera y caída de los otros dos
Después de los acontecimientos del sábado y
el domingo, con el departamento Garay en el foco de los medios nacionales,
Franco Martín debe regresar a trabajar a la arrocera Trimacer (de la firma Spalletti
SA), cerrada en el mediodía del sábado por orden de la Policía. Tanto su
patrón, de vacaciones en Brasil, como su mujer lo llenan de recomendaciones.
Ambos le dicen que avise en la comisaría antes de ir al molino, ya que la
captura de Martín Lanatta se produjo a menos de un kilómetro de ese lugar.
Lourdes, la mujer –que después reclamará la recompensa de dos millones de pesos
ofrecida por el gobierno bonaerense-, le pide esa mañana del lunes 11 que deje
la camioneta en casa, porque los prófugos pueden estar en su lugar de trabajo.
Así las cosas, el encargado de la empresa
pasa por la comisaría 5ª y pregunta a su amigo, el numerario Federico Papini,
si lo puede acompañar al molino. Este policía y una patrulla de la Tropa de
Operaciones Especiales –que tiene previsto rastrillar esa zona– lo escoltan
hasta el ingreso. Cuando el trabajador deja su moto, entra y encara el sector
de vestuarios se topa con los prófugos. Lo apuntan y le quitan el celular, pero
enseguida se relajan. Él los ve hambrientos y sedientos. Le preguntan cómo
llegar hasta el norte provincial, a Reconquista. Comen un pedazo de pan duro
que encontraron en el molino, le piden si puede cocinarles una carne que hay en
la heladera y les responde que es todo hueso: la comida para los perros.
Entonces quieren que prepare el mate. Están agotados. Por eso, cuando Papini,
preocupado, insta al grupo especial de la Policía santafesina a ingresar a la
arrocera a ver qué pasa con su amigo, quien prometió volver tras recorrer el
predio, los fugitivos no se inmutan demasiado. Christian y Víctor tienen las
pistolas en la cintura, pero no se resisten. Uno de ellos ensaya el último
truco ante las armas de los uniformados: “Está todo bien amigos, estamos por
tomar unos mates antes de entrar a trabajar”. No da resultado. Quince días más
tarde, termina la historia de prófugos más famosa. Y los tres, vivos.
Los recapturados marchan a la comisaría de
Helvecia. Los locales cercan el lugar y prohíben la entrada de cualquier fuerza
que no sea la santafesina. “Fue porque teníamos miedo de que se mandaran
alguna. Y además para mostrar respeto por nuestra gente, que había sido
humillada por todos ellos. Cercamos la zona con la intención de demostrar lo
que hicimos y para que nuestros policías estuvieran orgullosos”, explica horas
después, exultante, una fuente del gobierno provincial.
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La interna se siente cada vez más fuerte,
pese a que horas después, en conferencia de prensa, los ministros Bullrich y
Pullaro se mostrarán unidos y amables. “La Gendarmería llevaba la delantera,
siempre sabían dónde estaban. Pero algo pasaba: creo que es que no les gusta el
nuevo jefe”. Así describe un funcionario santafesino a la fuerza verde retobada,
que fue la niña mimada del exsecretario de Seguridad Sergio Berni, por la que
los santafesinos clamaron años a los gritos como una salvación ante la compleja
e investigada fuerza local, que deja agentes procesados o detenidos en cuanta
causa narco aparece. “Ellos (por los prófugos) tampoco les tenían confianza.
Esperaron a la policía santafesina, y cuando los vieron a ellos no dispararon y
se rindieron. Tenían miedo de que los maten”, sostuvo el funcionario, versión
que coincide con los dichos del abogado de los últimos recapturados. “Cuando
estuvieron frente al juez Torres, agradecieron estar vivos”.
(…)
Cuando los dos principales diarios del país
involucraron a Aníbal Fernández con la triple fuga, éste se defendió diciendo
que el principal perjudicado por la denuncia de Martín Lanatta había sido él,
con lo cual sería imposible que quisiera beneficiarlo con un escape. Tras la
caída de Lanatta, Aníbal tuiteó que había sido detenido por un bache (en
referencia al vuelco de la camioneta Amarok que precipitó el desenlace) y se
preguntó cómo era que Nicolás Wiñazki, periodista que hizo algunas de aquellas
notas que lo involucraron, tenía relación con la dueña del campo donde Martín
Lanatta se entregó, lo que quedó en evidencia en una nota entre el periodista y
esta mujer, funcionaria de la comuna de Cayastá. “El periodista de PPT Wiñazki,
vinculado personalmente a la dueña de un campo donde cayó uno de los
delincuentes”, afirmó Aníbal. Y añadió: “Es imperativo investigar si valijas
con dinero en la camioneta provienen de la producción de PPT # cómplices”.
Extraoficialmente trascendió que Martín
Lanatta tenía encima 3.600 pesos al caer; sus compañeros de aventura, 169
dólares y 36 pesos. Dirigentes y legisladores de la oposición piden que se
investigue qué fue lo que hablaron la ministra Bullrich y su secretario Eugenio
Burzaco con Martín Lanatta cuando se cruzaron en el aeropuerto de Sauce Viejo
tras la recaptura.
La caída del trío más buscado en medio de
un arrozal, extenuados, con unos pocos pesos en el bolsillo, luego de un raid
que sólo parece haber incluido una búsqueda desesperada de ayuda en viejos
contactos del bajomundo del hampa bonaerense, e incluso santafesino, tiene toda
la pinta de certificar que está lejos de ser parte de un maquinado plan de una
sofisticada banda internacional que puede comprar voluntades oficiales en los
niveles superiores para desestabilizar a un gobierno o complicar a su
predecesor.
Más bien parece una historia de tres tipos
audaces con mucha suerte, que terminaron vivos cuando sus allegados decían que
no se rendirían sin disparar –apoyados, es cierto, en el temor que infundieron
en los uniformados los tiroteos contra policías y gendarmes– y decidieron
entregarse cuando supieron que no tenían ya más fuerzas. Una historia más de
cabotaje que termina ascendida, en plena temporada estival, al nivel de una
inverosímil road movie narco.Artículo completo
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