Transitar o vivir

▪ El paragolpes es el límite de dos conciencias diametralmente opuestas.   

José Luis Brés Palacio | DATAPUNTOCHACO

Una persona transitando en su auto por las calles de Resistencia se topa en su camino con un piquete. Decide derribar ese obstáculo humano convirtiendo a su auto en arma homicida y a ella misma en potencial asesina.
El paragolpes es el límite de dos conciencias diametralmente opuestas.
De un lado, alguien que resuelve “defender” su derecho a transitar hasta el paroxismo.
Del otro, un grupo de personas decididas a hacer visible su derecho a la vida. Así de simple y contundente. Personas que no pueden acceder a las condiciones mínimas de la dignidad humana.
De un lado, una conciencia individual e individualista. Alguien que cree que la realidad puede verse a través de un espejo.
Del otro, una conciencia colectiva, social, humana. Ésa que sabe que, cuando las desgracias individuales se multiplican en una sociedad, es preciso juntarse y salir a las calles a reclamar lo propio. Ésa que está segura de que no es lo mío sino lo nuestro lo que está en juego.
De un lado, la creencia de que las leyes sólo pueden defender los derechos individuales de las personas.
Del otro, la convicción de que, en una democracia que se precie de tal, cuando se vulnera el derecho de uno se está atentando contra el principio de igualdad de oportunidades que están reconocidas hasta el hartazgo por nuestras leyes máximas.
De un lado, la certeza de que todo lo que consigo es por mérito propio.
Del otro, la sólida idea de que nuestros logros están condicionados por las políticas que construimos las personas para convivir en un espacio y un tiempo comunes.
De un lado, el derecho a transitar.
Del otro, el derecho a vivir.
De un lado, la concepción del ser humano como ser individual.
Del otro, la noción de que vivir en sociedad significa a cada instante dejar de ser individuos para transformarnos en personas.
De un lado y del otro.
Transitar o vivir.