Aprendé a votar y disculpame
▪ Decidido a recorrer sin pausa el camino de la ignominia, Macri debió salir a dar explicaciones cuando el asuelo ya estaba hecho carne en un pueblo que había decidido no votarlo sin botarlo.
José Luis Brés Palacio | DATAPUNTOCHACO
Tras la contundente y tórrida derrota de la
derecha en las PASO, sobrevino sobre la sociedad argentina toda la maldición
anunciada. Tiempo atrás, el presidente de la República, Mauricio Macri, había
amenazado en uno de sus espots de campaña: “Si me vuelvo loco les puedo hacer
un daño muy grande a todos ustedes”. Y cumplió nomás.
A pocas horas de conocidos los resultados provisorios
de las primarias, el presidente argentino desató su ira liberando a los cuervos
financieros y del mercado a que desataran la ira del tandilero sobre las vidas
de 44 millones de argentinos.
Con la disparada del dólar, toda la economía
se desestabilizó y nos quitó el aliento. Como si lo que hizo fuera poco, salió
en conferencia de prensa a responsabilizar por su propia venganza al
kirchnerismo por haberse atrevido a ganarle en las urnas y, ya en el paroxismo
de su desatino y estulticia, culpó a la propia ciudadanía por haberlo, palabras
más palabras menos, obligado a darnos a las argentinas y los argentinos un
merecido (según él, obviamente) chaschás y a mandarnos de penitencia.
Es lógico que el frente Cambiemos reaccionara
con la medianía con la que afrontó el resultado de las urnas. Desnudaron la
insustancialidad que hay en su esencia política y se desnudaron como la caterva
que son.
Decidido a recorrer sin pausa el camino de la
ignominia, nuestro primer mandatario debió salir a dar explicaciones cuando el
asuelo ya estaba hecho carne en un pueblo que había decidido no votarlo sin
botarlo. “Les pido disculpas”, dijo.
Mi tía Carmen siempre decía: “Hay disculpas
que no se piden porque hay cosas que no se hacen”. Y tenía razón.
Porque la calamidad que nos prodigó el
presidente no se repara con el pedido de disculpas ya que no fue lo que dijo
sino lo que hizo lo que nos dejó en la antecámara del Averno.
Como buen niño rico y bobo, tuvo la osadía de
creer que son sus palabras y no sus acciones las que están produciendo el
desbarranco de nuestras vidas.
No me enseñe a votar, señor presidente.
No necesito sus disculpas.
Y si persiste en ver la realidad a través de
un espejo, tenga la decencia de mostrarse, al menos, sensato.
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