Por qué arrasó
▪ El autor analiza el respaldo que recibió Macri en las legislativas. A pesar de los resultados económicos, triunfó la estrategia de comunicación de identificar al kirchnerismo con un plan de corrupción. La fragmentación de la oposición, otro factor crucial.
Los resultados de las elecciones
legislativas del 22 de octubre marcan que estamos viviendo el cuarto ciclo político
desde 1983: es el ciclo macrista. Cambiemos se queda con los cinco distritos
más poblados del país y con un total de 13 provincias. Después de dos años en
los que el gobierno aplicó políticas muy distintas de las que había prometido
en la campaña de 2015, Cambiemos ha recibido un respaldo electoral cuya
relevancia política no puede menospreciarse. ¿A qué se debe este logro tan
significativo? En estos dos años no sólo ha habido alta inflación, deterioro de
la situación social y laboral, sino también una lucha política para explicar
ese deterioro. El macrismo ha logrado que, a pesar de los resultados
económicos, exista un alto nivel de expectativas. Su capacidad de comunicación
y la concentración mediática han sido apoyos cruciales. Sin embargo, de ninguna
manera han sido el único factor.
Un segundo logro del gobierno es que hay un
éxito del relato macrista en identificar el período de gobierno anterior con un
plan de corrupción y desmanejo económico. Si con todos los problemas que
existen hoy en el país el Gobierno se impone en las elecciones, es porque sus
votantes no creen que esos problemas sean consecuencia de sus políticas. Tienen
la expectativa de que, por el contrario, sepan resolverlos.
Ese triunfo simbólico no fue sencillo ni
exento de grandes conflictos sociales. Los años 2016 y 2017 han sido un ciclo
de protestas de grandes magnitudes. Las movilizaciones de la CGT y la CTA, las
de los 24 de marzo y la marcha contra el 2 x 1, las Marchas de San Cayetano y de
los trabajadores de la economía popular, las movilizaciones de Ni Una Menos,
las protestas de docentes, científicos, universitarios y estudiantes
secundarios han involucrado a millones de argentinos. Han sido demandas muy
diversas, en tensión o confrontación con la política gubernamental. En todas
ellas participaron sectores con diferentes tradiciones e identidades políticas.
No había ninguna identidad o figura política que lograra sintetizar esa
heterogeneidad.
De allí surge la tercera fortaleza del
gobierno: la alta fragmentación de la oposición. La interpretación de que dos
de cada tres personas habían votado “contra el ajuste” en las PASO se reveló
quizá más cercana a una estrategia política que a un análisis distanciado. Los
electores que no acuerdan con la orientación actual del gobierno no encuentran
ninguna síntesis, no tienen una posición homogénea. Respaldan estrategias
distintas y diferentes formas de hacer políticas.
El cuarto ciclo
Si se consideran los tres ciclos políticos
que hubo en estos casi 34 años de democracia, tanto el alfonsinismo como el
menemismo y el kirchnerismo lograron prolongar su poder encabezando la
dirección política de fuerzas relativamente heterogéneas, en combinación con la
fragmentación de la oposición. Eso es lo que está logrando en este momento el
macrismo, que ya se erige como el artífice del cuarto ciclo. Con ese respaldo y
esa fragmentación, Macri pasará del “gradualismo” a un proceso con mayor
aceleración en la reestructuración económica regresiva. La diferencia es que el
argumento opositor de que había mentido en la campaña de 2015 ya no será
viable. Ahora no sólo ganaron una elección mientras gobernaban, sino que
incluso anunciaron algunas de las medidas más polémicas que piensan
instrumentar.
Las ideas, tan habituales en 2016, de que
“este gobierno choca en seis meses” o que “se van en helicóptero” subestimaban
la capacidad política de Macri y de Cambiemos. La idea de que “esto termina en
otro 2001” parte de la suposición de que el neoliberalismo no es económica y
políticamente sustentable. Pero esa tesis está desmentida por la mayoría de los
países del mundo, donde esas políticas llevan décadas sin estallidos. La
creencia de que siempre que haya un modelo de este tipo habrá un 2001 cuestiona
los datos históricos. Las situaciones económicas y políticas dependen de una
multiplicidad de factores. Nada es automático. Macri y Cambiemos tienen el plan
de aplicar su proyecto y darle sustentabilidad económica y política. Eso es lo
nuevo.
Quienes desde la oposición hagan política
creyendo que en el futuro una crisis como la de 2001 es inevitable se darán
cuenta más temprano que tarde de que eso es justamente renunciar a la política.
Es descansar en exceso en las propias convicciones y abandonar en exceso la
vocación política por convencer a otros. Es conformarse con creer que uno tiene
razón y quitarle importancia a que una parte mayoritaria de la sociedad crea
que estás equivocado. Es no asumir la reflexión colectiva como tarea política
cuando dos de cada tres te dan la espalda en la Provincia de Buenos Aires o cuatro
de cada cinco en el país.
Proyectos económicos como el del macrismo
sólo son viables si derrotan sus resistencias sociales y oposiciones políticas.
Los ciclos de protesta son “ciclos” justamente porque tienen flujos y reflujos,
no duran para siempre. Habrá que estar atentos a si la capacidad y potencia de
la movilización social mantiene su vigencia o entra en un cierto reflujo
durante un tiempo. Es momento de atreverse a formular la pregunta y seguir los
acontecimientos.
El problema es que las consecuencias
políticas de las políticas regresivas pueden derrotar a las resistencias que se
le oponen y también pueden generar expectativas e ilusiones. ¿Acaso es
sustentable el actual nivel de endeudamiento? En el corto plazo sí, en el largo
plazo no. Pero el plan de Cambiemos es tornarlo sustentable bajando el déficit
fiscal con el nuevo impulso político de esta elección.
Cuando apareció un cuerpo en el río Chubut
(y antes de que se confirmara que era el de Santiago Maldonado), surgió en
todos los sectores la pregunta acerca de un eventual impacto del hecho en el
resultado electoral. El siempre ingenioso Jorge Asís tuiteó “Walt Disney es el
Cajón de Herminio de Elisa Carrió. Ampliaremos”, comparando el patetismo de la
quema de un ataúd radical por parte de Herminio Iglesias en el acto de cierre
de campaña del PJ en 1983 con las inaceptables declaraciones de la candidata
que, evidentemente, se siente impune. Pero en relación a las encuestas de la
semana anterior parece que el Caso Maldonado no tuvo impacto electoral alguno.
Es la inferencia más plausible de que la grieta de interpretaciones es muy
profunda e inamovible en las circunstancias actuales.
El mismo camino, el mismo destino
La situación y el desempeño electoral de
Cristina Kirchner es paradojal. La opositora con más votos ratifica su piso
alto y su techo bajo, como se sabía desde hace mucho tiempo. No se cumplieron
ni los pronósticos que anunciaban su final político ni aquellos que auguraban
que si se presentaba la ex presidenta su triunfo estaba asegurado. Esto derivó
en dos lecturas muy parciales y por eso equivocadas. Por un lado, quienes creen
que el kirchnerismo no dejó un sedimento político. Por otro, quienes creían que
con ese sedimento podrían derrotar a Cambiemos. En otras palabras, quienes
creían que el recordado 54% obtenido en las elecciones presidenciales de 2011
era un capital de Cristina Kirchner. En la Provincia de Buenos Aires, en 2011
la expresidenta obtuvo el 56% de los votos. Si ahora se suman los votos del
peronismo a nivel nacional o provincial, se llega a una cifra algo menor, pero
similar. En la Provincia, el peronismo sumado tiene más de la mitad de los
votos. Sólo que en 2011 Cristina, Massa y Randazzo se presentaban juntos, y a
nivel nacional sumaban a De la Sota, Solá, Moyano y Urtubey. En ese año CFK
ganó la elección presidencial en la Capital Federal con el 35% de los votos,
lejos del segundo.
Es paradojal porque fue derrotada pero el
peronismo más cercano al gobierno sufre derrotas mucho más graves. Sergio Massa
cae al 11%, cuando había partido de un 43% en 2013 y un 22% en 2015. Lo mismo
sucede con otro “peronista racional” (así los han catalogado periodistas
oficialistas) como Schiareti en Córdoba,
duramente derrotado por el macrismo. Cristina Kirchner perdió, pero a Urtubey
le fue aún peor. Ni de Salta, ni de Tigre ni de Córdoba provendrán los
presidenciables.
Fuera de todos los peronismos, la izquierda se
consolida como una fuerza nacional. Alcanza un importante caudal de votos con
elecciones muy relevantes en Jujuy, Salta, Mendoza, Provincia de Buenos Aires y
Capital Federal. Queda para el futuro saber si la izquierda se conforma con
estos logros o buscará discursos y prácticas que no le impidan, como hasta
ahora, llegar por autolimitación a sectores más amplios de la población. En
cualquier caso, más allá de las preferencias, una fuerza que puede obtener el
18% de los votos en Jujuy o el 12% en Mendoza no puede ser considerada
“marginal”. Sin embargo, es claro que esas situaciones plantean una disyuntiva
para la concepción política de esas fuerzas.
Cuando quienes fueron derrotados analicen
estas elecciones será importante que tengan presente que la política siempre es
una relación entre partes. Todas las interpretaciones que sólo colocan el
énfasis en el poder de Cambiemos pierden de vista dos cosas. Una, en la
Argentina siempre hubo poderes económicos con capacidad mediática y con
incidencia en sectores judiciales e institucionales. Si eso sólo definiera las
elecciones, serían inmutables e innecesarias, porque siempre ganarían los
poderosos. Cuando se ganan elecciones durante varios años y se pierden en 2013,
2015 y 2017 deben evitarse interpretaciones que escapen al carácter relacional
de la política. Quienes hoy están en la oposición tendrán el desafío de
desplegar una comprensión de procesos que llevan varios años. O quedarán
condenados a repetir sus actuales estrategias. En teoría todos saben que es
difícil recorrer el mismo camino y llegar a un destino diferente.
Nada es para siempre
¿Qué hay de nuevo en el proyecto de
Cambiemos? Ciertamente anidan allí algunas ideas con larga historia. Pero el
proyecto es –y ya hace muchos años– construirlas de modo gradual en función de
humores sociales y buscando ganar elecciones. No sólo con estrategias de
comunicación, no sólo con globos, sino tratando de dialogar con sectores
sociales para entender cómo avanzar en su proyecto político. Eso resulta clave
hoy en Argentina. Y lo hace muy, muy distinto de la situación que atraviesa,
por ejemplo, Brasil.
Un dato histórico: en las elecciones
legislativas inmediatamente posteriores a la asunción presidencial de Alfonsín
la UCR obtuvo en 1985 el 42,37%, el PJ obtuvo en 1991 el 40,22%, la Alianza el
23,1% en 2001, el Frente para la Victoria el 41,59% en 2005 y Cambiemos en 2017
el 40,7%. En las PASO de este año, Cambiemos había obtenido a nivel nacional el
35,9%. Esos cuarenta puntos, muy lejos del segundo puesto, otorgan legitimidad
a la orientación política del gobierno. Y generan mayor poder que el que se
desprende de una simple cuenta matemática. La política siempre exagera, y
mucho, a las matemáticas. La conjunción de ser por lejos la primera fuerza
nacional, con varios presidenciables, contra una oposición dividida, explica lo
que se verá en las próximas semanas.
El gobierno va acelerar todos “los cambios”
al grito de que “eso votó el pueblo en octubre”. Va a mantener el ojo en el
termómetro de las encuestas de Durán Barba. Pero las usará para revisar una de
cada diez políticas que avancen a paso redoblado. Cuando haga un nuevo gesto de
“errorismo” respecto de un tema, será porque avanza sin temores en otros diez.
Exultante y contundente, el presidente
Mauricio Macri dijo que podemos “cambiar para siempre”. Y pintó con sus
palabras un panorama maravilloso para la Argentina. En la cresta de la ola
amarilla, en su mejor momento, puede llegar a olvidar que nada es “para
siempre”. En un momento así, tan positivo para el gobierno, tan negativo para
la oposición, más de uno corre el riesgo de olvidar que los momentos pasan. Las
olas suben y bajan. En las palabras de Elisa Carrió se pudo leer uno de los
problemas de interpretación, cuando afirmó que fue “el triunfo de un pueblo”.
El “pueblo” nunca es “uno”. Siempre es diverso, plural. La primera minoría los
apoya y los respalda, pero qué serían, sino pueblo, los votantes de todas las
otras fuerzas. Extraña referencia “unanimista”. El presidente que abandonó muy
pronto su promesa del 10 de diciembre de “unir a los argentinos” cuando los
réditos electorales provenían de la profundización de la grieta, agregó que
“gastamos mucha energía en la confrontación, pero cambiamos, queremos
entendernos”. ¿Esta campaña fue “entendernos”? Mejor no imaginar cómo sería si
no nos entendiéramos.
De allí otra de las preguntas que comparten
académicos, periodistas y dirigentes de la oposición. ¿Se seguirán estrechando
los espacios de pluralidades de voces? ¿Querrán entender a los que piensan
distinto tratando de limitar sus posibilidades de hablar? ¿Se agudizarán los
procesos represivos que se vieron en distintas movilizaciones? ¿Se insistirá en
darle aire a las fuerzas de seguridad? Hay inquietud y alerta en relación a la
plena vigencia de todos los derechos. El gobierno podrá denunciar a esa alerta
como “kirchnerismo”. Pero esos mecanismos no harán más que reforzar la
preocupación y desconfianza.
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