La última región salvaje de Argentina
Vista aérea de El Impenetrable. | PARQUE NACIONAL.
▪ Visita a una tierra indómita, El Impenetrable.
La historia del parque nacional El Impenetrable
es difícil de imaginar fuera de Latinoamérica. Una narración que habla de una
guerra por la conquista de una tierra indómita, a la que no en vano los
españoles le pusieron ese nombre que evoca lo que se ve desde el aire cuando volamos
en dirección a Castelli, el único lugar de la zona con una pista de tierra para
aviones pequeños: un interminable bosque tupido cruzado por un solo río. No hay
carreteras ni restos de presencia humana. Al bajar aún se entiende mejor:
debajo de los árboles hay cactus y zarzas por todas partes. Todo corta. Una
tierra dura que solo los indígenas wichis o qom lograban atravesar. Los
conquistadores quedaban atrapados persiguiéndolos, morían al no encontrar agua.
Por eso lo llamaron así. Un paraíso para osos hormigueros, yacarés, pumas,
carpinchos (capibaras), ocelotes, tatú carreta (un armadillo de 1,5 metros),
monos, zorros, guazunchos (un pequeño cérvido). El último lugar totalmente
salvaje de Argentina.
Roseo, el terrateniente “pobre”
Roseo, el terrateniente “pobre”
En la historia están todos los elementos del
continente: naturaleza indómita, batalla descarnada por el territorio entre
indígenas y blancos, un terrateniente dueño de todo y un misterioso asesinato.
Buena parte de El Impenetrable, en el corazón del Chaco, una de las provincias
más pobres e indígenas de Argentina, cerca de Paraguay, estaba en manos de una
sola persona, como es habitual en Latinoamérica. Se llamaba Manuel Roseo. Tenía
75 años cuando fue torturado y asesinado vilmente por tres sicarios en 2011
junto a su cuñada, Nélida Bartolomé, probablemente porque se negaban a vender
las tierras. Era el único propietario de La Fidelidad, una fastuosa finca de
250.000 metros cuadrados. Y no hacía nada con ella. En todo ese territorio solo
tenía una pequeña estancia a la que iba de vez en cuando desde Castelli, donde
vivía de forma humilde. Pero precisamente esa dejadez es la que ha convertido a
El Impenetrable en una joya para la conservación de la naturaleza.
Roseo permitió, con su decisión de no explotar
masivamente la finca para madera o cualquier otra industria, que se creara una
reserva natural para todo tipo de animales. Cuando murió asesinado, la
provincia del Chaco, apoyada por el Estado argentino, expropió La Fidelidad,
que un día fue propiedad de Jorge Born, uno de los hombres más ricos de
Argentina. “Mi padre la recorrió varias veces a caballo, durante días. Era
tierra de indios. Su propósito era saber si había tierras cultivables. Pero
descubrió que era prácticamente imposible combatir el vinal, una plaga arbórea.
La zona era impenetrable por falta de caminos. Los caballos se hacían salvajes,
por eso la vendió por un dólar la hectárea a los hermanos Roseo”, cuenta su
hijo, Jorge Born II, que ahora tiene 80 años.
La provincia del Chaco ha convertido por ley La
Fidelidad en un parque natural con el que pretenden recuperar, gracias a los
turistas, la débil economía del Chaco y dar trabajo a la gente de la zona,
entre ellos un grupo de wichis que malviven al borde del parque. Los herederos
de Roseo pleitean para lograr más dinero por la expropiación, pero las
sentencias caen del lado del Estado y el parque está a punto de ser una realidad
y abrir sus puertas.
Adrián Contreras, responsable del plan general
de El Impenetrable, que la provincia lleva adelante para recuperar esta zona y
dar trabajo a sus habitantes, se entusiasma con las posibilidades de La
Fidelidad mientras contempla su inmensidad desde el avión. “Está espectacular,
completamente virgen. Roseo dejaba que entrara a pastar el ganado de los
vecinos y ellos le hicieron de alambrado humano, protegieron la finca. Ya se
pagaron 64 millones de pesos [4 millones de dólares] por la expropiación. Los
herederos piden 1.000 [62 millones de dólares]. La decisión política es firme.
El parque es una realidad, ya está declarado”, explica. “Se puede hacer
avistamiento de animales en una navegación desde el río Bermejo. Vamos a hacer
ocho postas, ya diseñadas, y un centro de interpretación”, cuenta.
Un paseo por la zona da idea de las posibilidades de este paraíso. Enseguida aparece en lo alto de los árboles un mono carayá con cuatro hembras. Acostumbrado a la soledad, muestra a los extraños que este es su territorio: defeca y orina desde las copas de los árboles para recordar quién manda ahí y expulsar a los intrusos. En el camino, una enorme anaconda amarilla o curiyú atraviesa la carretera y se hincha amenazante cuando se acercan los turistas. En una rama, un urutaú, también llamado pájaro fantasma, que imita los colores del árbol para camuflarse, aguarda completamente inmóvil la llegada de la noche.
Felipe Segundo
Un paseo por la zona da idea de las posibilidades de este paraíso. Enseguida aparece en lo alto de los árboles un mono carayá con cuatro hembras. Acostumbrado a la soledad, muestra a los extraños que este es su territorio: defeca y orina desde las copas de los árboles para recordar quién manda ahí y expulsar a los intrusos. En el camino, una enorme anaconda amarilla o curiyú atraviesa la carretera y se hincha amenazante cuando se acercan los turistas. En una rama, un urutaú, también llamado pájaro fantasma, que imita los colores del árbol para camuflarse, aguarda completamente inmóvil la llegada de la noche.
Felipe Segundo
Al borde de la entrada del parque vive Luciano
Cango, pagado por la empresa Conservation Land Trust (CLT), del millonario
dueño de North Face, Douglas Tompkins, fallecido en 2015 y propietario de
enormes fincas en Argentina y Chile que compró para conservar la naturaleza.
Luciano trabaja 22 días seguidos y descansa 8. Vive en una humilde tienda de
campaña y solo tiene una misión: proteger esta tierra, evitar que los herederos
o los furtivos vengan a cazar, a destruir esas 250.000 hectáreas. La empresa de
Tompkins le paga para que vigile, para ocupar el territorio.
Felipe Segundo, un indígena qom, tiene un
trabajo similar. Pero él es guardaparque, depende del Estado, no de una empresa
privada. Ahora cuida las tierras de sus ancestros, que poco a poco fueron
desplazados por los blancos y acabaron encerrados en sus poblados sin nada que
hacer. “Los nuestros viven ahora de los planes sociales, ya nadie quiere cazar
ni nada parecido como antes. Algunos podemos salir a estudiar con la obligación
de volver. Yo lo hice y estuve tres años en el pueblo. Ahora soy guardaparque y
me gusta mi trabajo”, asegura.
Su jefe, Guillermo Lier, se entusiasma con el
parque. “Es el último reducto del tatú carreta, un paraíso del tapir, del oso
hormiguero”. Y cuenta que lo que más sorprende es saber que Roseo tenía ese
enorme patrimonio y vivía como un peón, probablemente por miedo a que lo
extorsionaran y por las deudas que acumulaba. “En el pueblo no sabían que era
el dueño. El mecánico me contó que le regalaban las gomas [las ruedas de
recambio] porque pensaban que era pobre”. La finca ahora expropiada pudo valer
en su momento unos 250 millones de dólares, pero él se negó a vender.
Todos están entusiasmados con la llegada del
parque. En estas tierras áridas y pobres el turismo es un maná. Raúl
Palavecino, de Nueva Población, un pequeño pueblo al borde de la reserva, se
ilusiona mientras habla bajo un enorme algarrobo: “Aquí no hay trabajo. El
turismo puede resolverlo todo. El año pasado ya tuvimos 80 turistas. Con el
parque serán muchos más”. Palavecino y su familia tiene varios kayaks
preparados para que los viajeros puedan recorrer el río Bermejo y zonas
acondicionadas para pasar un par de días en medio de la nada.
“Somos wichis”
“Somos wichis”
A las afueras del pueblo hay una comunidad
wichi que vive en condiciones de pobreza. El Impenetrable, que ocupa parte del
Chaco y Formosa, otra provincia muy pobre que limita con Paraguay, es el lugar
donde con más frecuencia aparecen casos de muerte por desnutrición en
Argentina. Casi siempre son indígenas. Eran nómadas, cazadores, se movían con
libertad en estas tierras. Nunca se adaptaron al sedentarismo. Para ellos
también el parque parece la última esperanza.
Julio Palacio, uno de los pocos wichis de este
poblado que habla castellano, cree que es la única oportunidad. “Está bueno el
parque. A ver si vienen más turistas porque aquí no hay trabajo. No tenemos
vacas ni nada, somos wichis”, dice para explicar que su pueblo nunca se
dedicará a la ganadería. “Las casas nos las da el Gobierno, pero no hay para
todos. Muy pocos estudian porque somos wichis”, insiste. Desde la provincia les
dan cursos de capacitación, a ellos y a otros vecinos de la zona, para que
aprendan a atender a los turistas. Todo está listo para que la justicia conceda
la autorización definitiva.
El parque nacional El Impenetrable, la gran joya
argentina, el último reducto inexplorado, espera la llegada de turistas que
buscan una experiencia difícil de imaginar en otras tierras más explotadas.
Serán de momento 130.000 hectáreas de reserva –la otra parte de la finca está
en Formosa, en manos desde 1995 del gobernador peronista Gildo Insfrán, que no
tiene intención de hacer ningún parque–. El plan general, que pretende
recuperar una de las zonas más pobres y aisladas del país, cambiará la historia
de esta zona. Pero ya nunca dejará de ser impenetrable.
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