Este año
Este año, no quiero dedicar estas líneas a
los gusanos disfrazados de periodistas. Ellos saben que lo son y son también
conscientes de la proporción de su medianía.
Hoy, quiero abrazar a las compañeras y los
compañeros de esta ruta del periodismo que me encontré un día recorriendo en
algún callejón de la vida. Sin quererlo. Casi por accidente, pero que despertó
en mí una vocación que, si no hubiera sido por lo fortuito no habría
descubierto ni explorado jamás.
Quiero reconocer a quienes he encontrado en
el camino y que hicieron y hacen periodismo por convicción y pasión y no por un
recibo de sueldo.
Son tantos los nombres y rostros que se me
presentan que hacer una lista de nombres propios sería incompleta por
definición. Pero, sé que cada uno de ellos, si encuentran estas líneas, sabrán
que están en ese privilegiado catálogo.
Me enseñaron que el valor de un texto
periodístico está en la veracidad y en la belleza con la que se la plasma en un
escrito. Que valen más dos preguntas de los de abajo que dos mil “verdades” de
los poderosos. Los patrones, incluidos. Que cuando nuestro texto está plagado
de certezas es porque la búsqueda de la verdad se nos escapó entre los dedos.
Que si elijo decir cosas es porque antes he decidido callar otras. Y que es en
esa opción donde se juega nuestro destino como periodistas.
Me mostraron que valen más las preguntas
que las certidumbres que volcamos en una página porque nuestro oficio está
construido con palabras, siempre polivalentes, siempre esquivas, siempre
disfrazadas o vestidas, siempre humanas.
Pero, por sobre todo, iniciaron en mí una
búsqueda inagotable por el otro, ese otro al que interpelamos sin ver, al que
emocionamos sin conocer. Ese otro que somos nosotros mismos.
A todas y todos: gracias.
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