Los López
▪ El caso de los 9 millones de dólares fue un golpe a los argentinos honestos. Otros escandalizados solo sobreactuaron; muchos de ellos no le van en zaga al exfuncionario detenido. La corrupción no es patrimonio K, como quieren hacer creer el Gobierno y la prensa corporativa. En las administraciones provinciales también hay López.
En el anochecer frío de Corrientes, un
hombre le decía a otro en la vereda: “Como dijo C. [el nombre de un reconocido
dirigente político correntino], no se puede hacer política sin robar”. Quien
escuchó al pasar el comentario sospechó que los dos estaban hablando del caso
José López, el escándalo que golpeó a mucha gente honesta de este país. Otros
escandalizados, como los de la primera línea del Gobierno nacional, en cambio, incurrieron
en una sobreactuación a sabiendas de que muchos de ellos no le van en zaga a
López.
La detención del exsubsecretario de Obras
Públicas con 9 millones de dólares en un convento de General Rodríguez y todo
lo que sobrevino de ese sórdido episodio hacen recordar a escenas de la serie Breaking Bad, en la que sus personajes,
sumergidos en el mundo de la cocina de metanfetaminas, se hallan constantemente
en situaciones límite.
López parece haber estado así el día en que
lo descubrieron en el monasterio. En un capítulo de Breaking Bad, Jesse Pinkman intenta deshacerse de un cadáver con
ácido fluorhídrico. Para ello debía envolver el cuerpo en plástico, el único
material que el químico no corroe. Sin embargo, optó por hacerlo en la bañera.
El ácido no solo desintegró al muerto sino que gran parte del baño se corroyó y
se derrumbó. A López le pasó algo parecido. Robó demasiada plata.
La escena del monasterio parece de ficción.
Lo único real es que lo pescaron a López. Los policías que lo detuvieron tras
el llamado de Jesús al 911 serán ascendidos, anunció el Gobierno bonaerense. El premio por cumplir con el deber generó críticas hasta del massismo,
que no cree demasiado en la versión cinematográfica del hecho. “Me da la
sensación de que todo fue preparado. Que se armó una historia con el llamado
del 911, las monjas y Jesús (el denunciante), que no es muy creíble”, dijo el
presidente del bloque de senadores bonaerenses del Frente Renovador, Jorge
D’Onofrio.
“Nuestro realismo capitalista pretende
hacer añicos a Netflix. House of cards
era la cumbre, pero la conspiración brasileña la doblegó. Ninguna serie sobre
seres ametralladores toleraría incluir en un solo capítulo los episodios que
ocurren en Estados Unidos en una semana. Ni qué hablar de alguien que pretenda
denunciar el hambre en el mundo o el cambio climático apelando a la ficción.
Nada que hacer, el realismo nuestro, el realismo capitalista, podrá más”, dice
Alejandro Grimson en la revista Anfibia.
La corrupción es obscena. Ningún bien
nacido tiene dudas de ello. Pero es obsceno también que la Justicia mire para
un solo lado y que a los Jesús que llaman al 911 los alerten solamente los
casos que involucran al kirchnerismo. El año pasado, las denuncias contra el
periodista Fernando Niembro por contrataciones del Gobierno porteño (cuyo jefe
era entonces Mauricio Macri) por 20 millones de pesos le valieron una causa al
excandidato macrista en la provincia de Buenos Aires por lavado de dinero. Es
más: la investigación Panama Papers,
donde el presidente argentino figura como uno de los principales involucrados
en el escándalo, menciona a Diego Niembro, hijo del periodista, con una cuenta offshore.
Hay muchos López en la Argentina. Como dice
Grimson, muchas de las fortunas más grandes de este país se forjaron a través
de la corrupción. “Un capitalismo de obras públicas, la famosa patria
contratista. Y si no, con monumentales subsidios directos o indirectos, con la
apropiación del dinero de todos los mortales. Y también endeudando empresas y
con gobiernos que estatizaban esas deudas. O con contrabando de mercaderías,
automóviles por decir (…) Evadir impuestos siempre es corrupción, porque el evasor
se apropia de dinero público. Sea radicando empresas o dinero en guaridas
fiscales”.
El caso de las 4040 cuentas del HSBC, que
involucra a empresas (entre ellas, grupos periodísticos), y las denuncias de Hernán
Arbizu, ex-JP Morgan, que delató a las firmas que él ayudó a fugar y lavar 6.000
millones de dólares son escándalos tan graves como el caso López pero que no
tuvieron la misma cobertura periodística sencillamente porque algunos de los
involucrados pertenecen al establishment
mediático.
De no creer
De no creer
En su visita a Yapeyú, el 10 de junio,
Macri pidió a la gente que no crea lo que dice la oposición y sentenció que
solamente el Gobierno dice la verdad. En otras palabras, el ingeniero pidió que
solo se le crea al Gobierno, en un acto de intolerancia y soberbia supinas.
Se trata de creer. ¿Cómo creer en un
gobierno que promete el paso del brutal ajuste al alivio en las horas o los
días de la transición del primero al segundo semestre del año, como si se
tratara de magia? ¿Cómo creer en un Gobierno que dice que el Gobierno anterior
hizo creer que se podía tener calefacción, luz y agua sin pagar las tarifas, o
comprar celulares, plasmas y viajar al exterior con un sueldo medio?
Con esa misma lógica, el macrismo intenta
hacer creer que la corrupción es solo kirchnerista. Sin embargo, a seis meses
de haber asumido, ya “hay decenas de funcionarios con conflictos de intereses
entre sus áreas de gestión y sus inversiones. Conflictos explícitamente éticos.
También está el nombramiento de familiares, que no han sido casos aislados. Y
más espectacular, arrinconando otra vez a la ficción, están Mossack Fonseca,
las explicaciones contradictorias, las inversiones desconocidas, las cuentas en
Bahamas”, recuerda Grimson.
Con todo, nadie parece escandalizarse por
ello. Nadie le pide a Niembro que devuelva la plata, pero sí a Milagro Sala o a
las Madres, por Sueños Compartidos. Que la mayoría de los ministros tenga su
plata afuera no es cuestionado por nadie. Que el presidente del Banco Central
esté procesado por el megacanje no irrita a nadie. Que la fortuna de la familia
del presidente se haya amasado a merced de la obra pública no despierta
sospechas en nadie. Que el ministro de Energía esté procesado no enoja a nadie.
Que el mismísimo presidente esté involucrado en los Panama Papers quedó en el olvido.
Oportunismo macrista
El caso López apareció justo en el momento
más crítico del Gobierno. El macrismo y sus socios en Cambiemos aprovecharon el
uppercut al kirchnerismo para hacer
de las suyas. Pudo “sacar del centro de la escena los efectos de la crisis y de
los escándalos de lavado y fuga de dinero, así como la designación de dos
jueces en la Corte, la aprobación de una ley que puede hacer naufragar el
sistema de jubilaciones estatales y un blanqueo de capitales. Este debate se
producía en el parlamento entre el martes y el miércoles, casi en forma simultánea
a la bochornosa irrupción del caso López. Hasta ese momento, el oficialismo,
debilitado por las protestas masivas contra los tarifazos, tenía problemas para
reunir los votos. El martes, cuando saltó el escándalo que involucraba al
kirchnerismo, el macrismo hizo su cosecha”, analiza Luis Bruschtein en Página12.
En la Argentina, “hay proyectos políticos
distintos, hay conflictos ideológicos entre la regulación pública y el libre
mercado, hay nociones contrapuestas sobre derechos sociales (…) Los únicos que
están unidos son los que, de uno u otro modo, se apropian de recursos
públicos”, dice Grimson.
Los adormecidos por el repiqueteo
informativo de la corporación periodística argentina no ven a los López del
macrismo ni los López guarecidos en los Gobiernos provinciales, que los hay. El
periodismo en las provincias rinde, en general, pleitesía a los gobernantes de
turno porque viven de la pauta publicitaria oficial, con lo que hace la vista
gorda con la corruptela generalizada sobre todo en la obra pública.
El López K debe ser juzgado y, de
comprobarse el delito por el que está detenido, no pasará más de 6 años en la
cárcel, que es el máximo de pena para el enriquecimiento ilícito. No se va a
pudrir en la cárcel, como muchos desean y claman. El interesado terremoto
mediático no se condice con el código penal.
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