A propósito de un nuevo aniversario de la muerte de Evita
▪ La imagen es en blanco y negro; tiene, con seguridad, 70 años o casi y las figuras todavía son perfectamente visibles e incluso lo que las rodea. Era el tiempo del peronismo naciente; en esa época el partido consolidaba su organización por sectores, mientras transcurría la primera etapa de gobierno. Eva Duarte ya era Evita, admirada y amada tanto o más que el General, para los y las militantes.
José Simón | DATAPUNTOCHACO
Bien pudo ser una fotografía desconocida.
Tal vez fue un fogonazo típico de esas grandes cámaras manejadas por el artista
que debía taparse la parte superior del cuerpo para disparar. Estaba atrapando,
sin saberlo, un imprescindible segmento de historia. Por suerte, se conservó en
buen estado durante años y sin cuidados especiales.
Son once mujeres, diversas, diferentes, de
edades incalculables pero todas jóvenes, de figuras distintas pero unidas por
las mismas ansias de ser protagonistas de su tiempo. La imagen es en blanco y
negro; habrá sido de buena calidad en su origen porque tiene, con seguridad, 70
años o casi y las figuras todavía son perfectamente visibles e incluso lo que
las rodea.
A dos las conozco. Una está en la segunda
línea, es la cuarta de izquierda a derecha; se llamaba Juana, “Juanita”, era mi
tía y fue mi madrina, hermana de mi padre y, como también él, vivió en Enrique
Urien, pequeñísimo pueblo cercano a Villa Ángela, aunque sus últimos 15 años de
los poco más de 80 que vivió, los pasó en Resistencia junto a dos hermanas. Es
la que tiene el rostro menos nítido, quizá la más afectada en la foto por el
tiempo trascurrido.
La segunda que quiero nombrar es Beatriz,
la flaquita de la primera fila, casi en el centro, es la única que tiene los
brazos cruzados y es bien visible una cartera que cuelga de su codo casi con
displicencia. Tiene un vestido sencillo, parece, y un saquito corto con un
prendedor. Juanita y Beba no tenían veinte años todavía y aún no se conocían. El
destino les tenía deparado ser familia poco tiempo después.
Beatriz, “Beba”, fue mi madre y provenía de
Coronel Du Graty. Había quedado huérfana de madre de muy chica y en esa
localidad chaqueña iba a conocer a mi padre –militante peronista de la primera
hora– un par de años después de este retrato. Está hermosa en la foto,
plenamente joven, con su pelo corto y ondulado, castaño tirando a rubio. Heredé
esto último de ella y el color verde de sus ojos.
El contexto temporal que rodea la foto es
muy impactante y, diría yo, conmovedor por lo
iniciático.
Mi madre había nacido en el 30, justo con
el primer golpe de Estado contra Yrigoyen y, el momento de la imagen data de
1948 o, como máximo, 1949, no más allá. Era el tiempo del peronismo naciente;
en esa época el partido consolidaba su organización por sectores, mientras
transcurría la primera etapa de gobierno. Eva Duarte ya era Evita, admirada y
amada tanto o más que el General, para los y las militantes.
A pesar de ser lúcida, inteligente, curiosa
y muy creativa, Beba solamente pudo terminar la escuela primaria, pero su padre
la asesoró convenientemente para que volcara su ímpetu juvenil a colaborar en
la construcción del flamante movimiento nacional, único e inédito, que marcó de
manera indeleble desde su nacimiento a nuestra Nación.
El grupito de once mujeres formaba parte de
una delegación mucho más numerosa que estaba a punto de zarpar del puerto de
Corrientes hacia la Capital Federal. Detrás de las que posan, se alcanza a
distinguir a más mujeres que ya están en el barco.
Fueron varios días, tal vez unos quince, de
un viaje de diversión, turismo y formación política. Imagino las tremendas
expectativas que tenían. La gran mayoría de las chicas no conocían Buenos
Aires. Y había que preguntar mucho para enterarse de los detalles del innovador
Movimiento Nacional en el que cada uno/a podía y debía encontrar “su” lugar de
militancia para enriquecer las propuestas que estaban comenzando a elevar desde
el “subsuelo de la Patria” al pueblo trabajador, que aprendió a sublevarse y a
mostrar esa rebelión un 17 de octubre de apenas tres o cuatro años antes de
esta foto.
De esa forma, el camino iniciado por el
otro movimiento argentino que permaneció, con altibajos, entre 1916 y 1930, empezaba
a completarse. El peronismo incorporó a las clases sociales medias al inmenso y
mayoritario porcentaje de la población económicamente activa, entre quienes
estaban, por ejemplo, peones, obreros, jornaleros, empleados y pequeños
propietarios rurales y urbanos que despertaban de una pesadilla histórica de
dominación que no les permitía participar activamente para postularse y
representar así sus intereses de clase, eligiendo y siendo elegidos.
Hubo una función de gala especial en la
despedida, en el teatro nacional Cervantes, con presencias de Perón y Evita, a
quienes todas pudieron saludar para recordarlo siempre.
Faltaba más de medio siglo para que fluya,
socialmente, el inmenso feminismo actual, como gran héroe colectivo, creador,
promotor y defensor de derechos conculcados, pero ya entonces esas mujeres
enormes fueron capaces de ir abriendo una brecha imprescindible de compromiso,
en un interminable camino de dignidad.
Por eso quiero terminar en plural una frase
que, a manera de epitafio, identifica el lugar donde fue sepultada nuestra
madre: “Pasaron por la vida, dando vida y haciendo el bien; en el amor estarán
siempre con nosotros”. Y al regresar, sin siquiera sospecharlo, ¡ellas también
se convirtieron en millones!
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