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El Pelafustán

26.7.19

A propósito de un nuevo aniversario de la muerte de Evita




























▪  La imagen es en blanco y negro; tiene, con seguridad, 70 años o casi y las figuras todavía son perfectamente visibles e incluso lo que las rodea. Era el tiempo del peronismo naciente; en esa época el partido consolidaba su organización por sectores, mientras transcurría la primera etapa de gobierno. Eva Duarte ya era Evita, admirada y amada tanto o más que el General, para los y las militantes.  

José Simón | DATAPUNTOCHACO




Bien pudo ser una fotografía desconocida. Tal vez fue un fogonazo típico de esas grandes cámaras manejadas por el artista que debía taparse la parte superior del cuerpo para disparar. Estaba atrapando, sin saberlo, un imprescindible segmento de historia. Por suerte, se conservó en buen estado durante años y sin cuidados especiales.
Son once mujeres, diversas, diferentes, de edades incalculables pero todas jóvenes, de figuras distintas pero unidas por las mismas ansias de ser protagonistas de su tiempo. La imagen es en blanco y negro; habrá sido de buena calidad en su origen porque tiene, con seguridad, 70 años o casi y las figuras todavía son perfectamente visibles e incluso lo que las rodea.
A dos las conozco. Una está en la segunda línea, es la cuarta de izquierda a derecha; se llamaba Juana, “Juanita”, era mi tía y fue mi madrina, hermana de mi padre y, como también él, vivió en Enrique Urien, pequeñísimo pueblo cercano a Villa Ángela, aunque sus últimos 15 años de los poco más de 80 que vivió, los pasó en Resistencia junto a dos hermanas. Es la que tiene el rostro menos nítido, quizá la más afectada en la foto por el tiempo trascurrido.
La segunda que quiero nombrar es Beatriz, la flaquita de la primera fila, casi en el centro, es la única que tiene los brazos cruzados y es bien visible una cartera que cuelga de su codo casi con displicencia. Tiene un vestido sencillo, parece, y un saquito corto con un prendedor. Juanita y Beba no tenían veinte años todavía y aún no se conocían. El destino les tenía deparado ser familia poco tiempo después.
Beatriz, “Beba”, fue mi madre y provenía de Coronel Du Graty. Había quedado huérfana de madre de muy chica y en esa localidad chaqueña iba a conocer a mi padre –militante peronista de la primera hora– un par de años después de este retrato. Está hermosa en la foto, plenamente joven, con su pelo corto y ondulado, castaño tirando a rubio. Heredé esto último de ella y el color verde de sus ojos.
El contexto temporal que rodea la foto es muy impactante y, diría yo, conmovedor por lo  iniciático.
Mi madre había nacido en el 30, justo con el primer golpe de Estado contra Yrigoyen y, el momento de la imagen data de 1948 o, como máximo, 1949, no más allá. Era el tiempo del peronismo naciente; en esa época el partido consolidaba su organización por sectores, mientras transcurría la primera etapa de gobierno. Eva Duarte ya era Evita, admirada y amada tanto o más que el General, para los y las militantes.
A pesar de ser lúcida, inteligente, curiosa y muy creativa, Beba solamente pudo terminar la escuela primaria, pero su padre la asesoró convenientemente para que volcara su ímpetu juvenil a colaborar en la construcción del flamante movimiento nacional, único e inédito, que marcó de manera indeleble desde su nacimiento a nuestra Nación.
El grupito de once mujeres formaba parte de una delegación mucho más numerosa que estaba a punto de zarpar del puerto de Corrientes hacia la Capital Federal. Detrás de las que posan, se alcanza a distinguir a más mujeres que ya están en el barco.
Fueron varios días, tal vez unos quince, de un viaje de diversión, turismo y formación política. Imagino las tremendas expectativas que tenían. La gran mayoría de las chicas no conocían Buenos Aires. Y había que preguntar mucho para enterarse de los detalles del innovador Movimiento Nacional en el que cada uno/a podía y debía encontrar “su” lugar de militancia para enriquecer las propuestas que estaban comenzando a elevar desde el “subsuelo de la Patria” al pueblo trabajador, que aprendió a sublevarse y a mostrar esa rebelión un 17 de octubre de apenas tres o cuatro años antes de esta foto.
De esa forma, el camino iniciado por el otro movimiento argentino que permaneció, con altibajos, entre 1916 y 1930, empezaba a completarse. El peronismo incorporó a las clases sociales medias al inmenso y mayoritario porcentaje de la población económicamente activa, entre quienes estaban, por ejemplo, peones, obreros, jornaleros, empleados y pequeños propietarios rurales y urbanos que despertaban de una pesadilla histórica de dominación que no les permitía participar activamente para postularse y representar así sus intereses de clase, eligiendo y siendo elegidos.
Hubo una función de gala especial en la despedida, en el teatro nacional Cervantes, con presencias de Perón y Evita, a quienes todas pudieron saludar para recordarlo siempre.
Faltaba más de medio siglo para que fluya, socialmente, el inmenso feminismo actual, como gran héroe colectivo, creador, promotor y defensor de derechos conculcados, pero ya entonces esas mujeres enormes fueron capaces de ir abriendo una brecha imprescindible de compromiso, en un interminable camino de dignidad.
Por eso quiero terminar en plural una frase que, a manera de epitafio, identifica el lugar donde fue sepultada nuestra madre: “Pasaron por la vida, dando vida y haciendo el bien; en el amor estarán siempre con nosotros”. Y al regresar, sin siquiera sospecharlo, ¡ellas también se convirtieron en millones!

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