El fácil oficio de imputar
▪ Se reproduce aquí un artículo de Mario Wainfeld publicado en Página 12, con el título Natacha, intratable y suelta. Sin compadecerse de Jaitt, el autor enumera imputaciones caprichosas y noticias falsas publicadas en la prensa este año que son más graves que las calumnias de la mediática.
Natacha Jaitt se preparó bien para cenar
con Mirtha Legrand. El coaching se notó en su destreza para monopolizar el
programa, con la inestimable cooperación de la conductora que parecía pintada
(en sentido figurado) y de los productores. Vistió pilcha elegante, aunque no
provocativa. Se cuidó mucho de confrontar con Mirtha o de interrumpirla. Supo
callar mientras conversaba la madre de un soldado fallecido en Malvinas,
diálogo que se intercalaba con la colección de calumnias y la narrativa sobre
pedofilia, mescolanza digna de Luis Buñuel o de Diego Capusotto. Colaba sus
mantras –“pedófilo” o “pedófilo con HIV”– como insert en todo momento o
dentro de largas parrafadas. Se “sacó” una sola vez y se excusó al toque con la
dueña de casa.
Observada en vivo, como hizo este cronista, asombraron su desenvoltura y la impunidad con que se manejó. Fuera de eso, Natacha no agregó novedad a lo que se comenta en la tele especialmente o en otros medios. O, mejor dicho, innovó solo al elegir el target de las personas difamadas: no es el que a diario es basureado, agredido y culpado de delitos tremendos sin ofrecer pruebas, indicios o, así más no fuera, una pizca de coherencia en el relato.
Observada en vivo, como hizo este cronista, asombraron su desenvoltura y la impunidad con que se manejó. Fuera de eso, Natacha no agregó novedad a lo que se comenta en la tele especialmente o en otros medios. O, mejor dicho, innovó solo al elegir el target de las personas difamadas: no es el que a diario es basureado, agredido y culpado de delitos tremendos sin ofrecer pruebas, indicios o, así más no fuera, una pizca de coherencia en el relato.
Jugó de local porque le prestaron la
pelota. Las reacciones posteriores son usuales, emitidas por protagonistas no
habituados a estar en el centro de rumores o versiones perversas.
Se da por hecho que medió “una operación de
los servicios”, especie formidable para la denuncia porque es, simultáneamente,
verosímil e imposible de probar.
…
Enumerar imputaciones caprichosas de
delitos graves e informaciones falsas propalados en los años recientes
excedería la longitud de esta columna y, tal vez, la paciencia de quienes las
leen y están ahítos.
Enumeremos, apenitas, unas pocas de este
año, seleccionadas en parte de memoria, en parte por sistema Random.
-Un editorialista y un periodista del
diario Clarín afirmaron en sendas notas que una pericia del Instituto Balseiro
comprobó que Rafael Nahuel tenía rastros de pólvora en sus manos. No fue el
Balseiro sino el Centro Atómico Bariloche, admitamos que es un detalle. Pero,
además, la pericia comprobó la inexistencia de esos rastros. Se falseó data
para “incriminar” o enchastrar a la víctima de un homicidio calificado,
cometido por efectivos de la Prefectura nacional. El difamado tenía 20 años,
está imposibilitado de defenderse.
-El periodista Eduardo Feinmann reporteó a
Gabriela Baigún, la fiscal que dictaminó a favor de levantar la prisión
preventiva del exsecretario Legal y Técnico Carlos Zannini y de Luis D’Elía. El
dictamen, convalidado por las dos juezas del Tribunal Oral Federal, es ajustado
a derecho lo que reconoce, con circunloquios, la mismísima prensa oficialista.
Minucia que no libera de sospechas a la funcionaria y las magistradas. La
pregunta es por qué hicieron lo correcto, actitud sospechosa, por la parte
baja.
Feinmann acusó a Baigún de pertenecer a
Justicia Legítima, a la que se equipara con la Cosa Nostra. Y aseveró que los
procesados debían permanecer presos porque son “dos im-pre-sen-ta-bles”
(silabeado en el original) y por haber cometido traición a la Patria. La fiscal
le explicó con calma que la Cámara volteó ese cargo absurdo: se los lleva a
juicio oral solo por encubrimiento. El reportero porfió: “Yo siento que son
traidores a la patria”. Para Feinmann, abogado él, sus (dis)gustos estéticos
constituyen delito y las percepciones de un energúmeno equivalen a semiplena
prueba penal.
-Editorialistas de los diarios Clarín y La
Nación acusaron de haber cometido delitos a los dos camaristas que resolvieron
liberar al empresario Cristóbal López y recaratular la causa en su contra.
Informaron que uno de ellos recibió un suculento soborno con el uso de verbos
en potencial como débil coraza. Dieron cuenta del importe presunto del cohecho:
dos millones de dólares. Como Natacha, se autoeximieron de ofrecer evidencia,
indicios, un datito que diera volumen a la grave acusación.
Sin autoridad para aconsejar a nadie ni
voluntad de ponderar la racionalidad de inversiones non sanctas, a uno le
cuesta creer que alguien pague esa fortuna para conseguir una decisión
apelable, que según todo lo indica, será revocada en pocas semanas, cuanto
menos en lo esencial que es el delito que se atribuye a López.
-Las escuchas a la expresidenta Cristina
Fernández de Kirchner se propalan semana a semana. Supuestamente ordenadas para
combatir al crimen organizado ilustran al público sobre cuántas veces le dice
“boludo” al exsecretario general Oscar Parrilli. O habla sin silenciador sobre
terceras personas.
El escándalo se mantuvo en pausa un lapso
larguísimo, estalló ahora. El Poder Judicial, la Agencia Federal de
Inteligencia (AFI) se enrostran mutuamente incumplimiento de deberes de
funcionario público sin usar jerga técnica. Surge una interna entre la Corte y
jueces de otras instancias. Alguien ha de tener razón… por ahí todos.
Pero a nadie se le ocurre incautar las
cintas, limitar su difusión o pesquisar en serio quién las filtró, violando sus
obligaciones. Ningún fiscal presenta una acusación contradiciendo la
tradicional productividad de Comodoro Py en inventar cargos penales, con penas
altísimas.
-Se ha transformado en hábito difundir
números de celular o imágenes de los domicilios de familiares de opositores
políticos o gremiales. Eventualmente hay menores o personas muy jóvenes, ajenas
a toda actividad pública.
La vindicta invade la privacidad, infunde
miedo, instiga al bullying, zahiere a quienes los propios inquisidores
reconocen inocentes.
Jaitt –que se no se privó de casi nada
durante la cena que comentamos– no llegó a tanto.
…
Gritar, pontificar sobre lo que ignora,
interrumpir o maltratar al interlocutor son menú cotidiano en la tevé. La
supuesta lógica del panelismo rinde. Cuando se sale de cauce (como en esta
ocasión) hay quien se autoinculpa de haberse dejado llevar por el afán del
rating. Como si el rating no constituyera la esencia de un modo de comunicar,
una elección de quien emite y no una deidad caprichosa que manipula a seres
frágiles.
Más allá de Jaitt, la tertulia chez Mirtha
incluyó derrapes atroces: una comensal inquirió al aire por qué los chicos no
denunciaron antes. Repitió el sonsonete machista sobre la culpa de quien calla,
por miedo, pudor, temor reverencial o lo que fuera. La revictimización en
acto, banalizando la explotación de menores, pobres, con ansias de hacerse
camino en el mundo mágico del fútbol.
Los escándalos conllevan esa funcionalidad:
esconder lo esencial, duplicar la explotación que es en conjunto capitalista y
sexual. Escamotear al poder, que subyace en cualquier maltrato.
Las personas agredidas o damnificadas
exigen derecho a réplica, podrán demandar a Jaitt. Esta, una intrusa en el
mundo del espectáculo tal vez sea castigada de un modo u otro. Cero motivos
para compadecerla. Es una partiquina de un sistema informativo que, como una
versión degradada del rey Midas, transforma en mierda todo lo que toca.
Con perdón de la palabra, doña Mirtha.
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