Todavía
▪ A 42 años.
A cuarenta y dos años, todavía.
Todavía la paz social sigue latiendo en
nuestro territorio como una deuda que no podemos cancelar.
Todavía los gritos del espanto de las salas
de torturas no han cesado. Porque no se callarán hasta que el último de los
cuerpos aparezca aunque sea como prueba del genocidio.
Todavía hay niñas y niños adormecidos en
una infancia perenne por la impudicia de su apropiación, por el robo de su
identidad, de su historia, de su sangre, de su pueblo.
A cuarenta y dos años.
Todavía.
Todavía hay ríos de sangre palpitando por
los subsuelos de la patria clamando justicia.
Todavía hay muertos sin tumba, familias sin
duelo, conciencias sin memoria.
Todavía andan buscando gargantas las
palabras que se ahogaron en los camastros del infierno.
Todavía.
A cuarenta y dos años.
Todavía hay madres andando por la Plaza.
Con sus pañuelos blancos rondan. Pañales convertidos en pañuelos. Y todavía los
usan sobre sus cabezas como si fueran armaduras que las convierten en
guerreras. Y todavía no pudieron usarlos para enjugar lágrimas que siguen
esperando su turno para brotar. Porque todavía no pueden parar la marcha.
Porque la historia no ha tomado aún el sendero de la justicia.
A cuarenta y dos años.
Todavía.
Todavía vamos a las plazas a buscar a
nuestros compañeros. E invocamos sus nombres y una multitud responde:
¡Presente!
Y volvemos a llamarlos. Y la multitud
vuelve a atronar: ¡Presente!
Y otra vez. Y, nuevamente: ¡Presente!
Y nuestros corazones se preguntan:
“¿Cuándo?”.
Y una voz grita: ¡Ahora!
Y el pueblo responde: “Y siempre”.
¡Ahora!
¡Y siempre!
Todavía.
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