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El Pelafustán

7.2.18

La vida es un carnaval




















El paso de comedieta en los corsos correntinos con García Amud y Crismanich hubiera sido ínfimo si uno de los contendientes no hubiera cargado con una triple mácula: diputada, chaqueña y, lo peor para los filibusteros medios de ambas orillas, peronista. Y con esto, el monopolio de la palabra en Argentina montó su propio carnelevare. De cuarta, como el episodio de referencia.

José Luis Brés Palacio | DATAPUNTOCHACO


Como en una puesta en escena grotesca y de mal gusto, la prensa, de un lado y del otro del río Paraná, montó el fin de semana pasado una farsa que, por burda, deja al descubierto hasta qué punto el aire de época puede degradar la estatura de los que dicen ejercer el periodismo.
El escenario: el palco “vip” de los corsos correntinos. El hecho: dos elefantes trenzados en lucha en un reñidero para insectos. Obviamente, no había esa noche tanto espacio para que cupieran con comodidad el par de egos exacerbados que terminaron protagonizando la “reyerta”. Egos elefantiásicos de personajes de reparto.
Si resulta inverosímil que la diputada sólo haya tomado Sprite, tan inaceptable es creer que el taekuondista sólo beba y tome baños de agua bendita.
Tanto en las redes sociales como en los medios, el tema fue tratado como si el Papa y Trump se hubieran agarrado a trompadas en medio del recinto de Naciones Unidas o la basílica de San Pedro. Pero, no. ¡Fue en el corsódromo, muchachos! ¡Y en Carnaval! Pero, el territorio de las Saturnales correntinas acogió, como en un juego de mamushkas, una mascarada dentro de la Carnestolenda (sustantivo éste que, dicho sea de paso, es usado incorrectamente como adjetivo por periodistas de la región poco afectos al uso cuidado de su instrumento de trabajo: la palabra).
Va de suyo que el paso de comedieta hubiera sido ínfimo si uno de los contendientes no hubiera cargado con una triple mácula: diputada, chaqueña y, lo peor para los filibusteros medios de ambas orillas, peronista. Y con esto, el monopolio de la palabra en Argentina montó su propio carnelevare. De cuarta, como el episodio de referencia.
A través de sus testimonios, los contrincantes se transformaron a sí mismos en una carmelita descalza, la una; y, en un monje tibetano, el otro. Y es entonces cuando todo se vuelve una mojiganga que incluso volvería a sonrojar a San Isidoro de Sevilla cuando, en el siglo VII, se horrorizaba de que los fieles anduvieran por las calles disfrazados comiendo y bebiendo sin parar.
La secuela será el culebrón con escenografía judicial. Otra pantomima, otra burla, otra farsa para seguir probando que en los Macondos del litoral argentino la vida es un carnaval.

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