El puente entre Temer y Macri
Michel Temer | VALTER CAMPANATO/FOTOS PÚBLICAS.
Demasiadas coincidencias. El programa de
gobierno del presidente interino de Brasil, Michel Temer, del centroderechista Partido
del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), se llama Un puente para el
futuro. Lo de “puente” y “futuro” hace
recordar a algunos discursos del ingeniero que gobierna la Argentina, cuyas
limitaciones léxicas lo condenan a los lugares comunes. “Alguien una vez me
dijo que yo soy un ingeniero construyendo puentes”, recordó Mauricio Macri en
marzo y prometió entonces construir uno que “lleve de las frustraciones del
pasado a la alegría del futuro”.
El nuevo gobierno de Brasil “no ha tardado
ni un día en advertir a los brasileños que es necesario un ajuste fiscal, que
probablemente habrá que subir los impuestos, que hay que recortar gastos y
adelgazar el volumen del Estado para equilibrar las cuentas públicas. El
ministro de Economía, Henrique Meirelles, anunció ‘medidas duras’”, informó el
diario español El País.
En Argentina, el “ajuste” –la otra palabra
que une a Temer con Macri– se inició a poco de haber asumido el gobierno de
Cambiemos, el 10 de diciembre de 2015, a fuerza de decretazos, el maquillaje
del “sinceramiento” y una estricta dieta contra la “grasa militante”.
Durante la campaña, Macri negó toda
posibilidad de una devaluación e hizo promesas sobre la inflación y el impuesto
a las ganancias que hasta ahora, 6 meses después, no cumplió. Sí cumplió con
aquello que había negado: depreció el peso en un 40% en un santiamén, lo que
significó cuantiosas ganancias para la gente como él.
Más de 100.000 despidos, inflación
incontrolable, aumento de la pobreza, docentes universitarios movilizados, pequeñas
industrias y comercios al borde de la desaparición, tarifazos y alzas de
precios que empujaron el consumo hacia abajo son algunas de las secuelas traumáticas
que está dejando el maurismo, más ocupado en enterrar al kirchnerismo que en
gobernar en serio el país.
A la cárcel
A la cárcel
“We want
the hole workers party in jail”. Es
la frase en inglés de un cartel que pedía que todo el Partido
de los Trabajadores (PT) vaya preso, en la noche del miércoles 11 de mayo en la
Avenida Paulista, cuando el Senado decidía iniciar el juicio político a la presidenta
Dilma Rousseff. Unas 400 personas festejaban con remeras de Brasil, banderas de
Brasil, panderetas de Brasil, muñecos de Lula vestido de presidiario, vinchas
que decían ‘fuera Dilma’ y cartulinas pidiendo auxilio a las fuerzas armadas,
relatan Julia Muriel Dominzain y Diego González en la revista Anfibia.
Demasiadas semejanzas con las consignas de
los cacerolazos durante el gobierno de Cristina Fernández, como el del 8N (8 de
noviembre de 2012), cuando el supuesto clamor popular era cárcel para los K,
avivado desde la prensa corporativa y un sector de la Justicia. Hoy, el
gobierno maurista, con la connivencia de la UCR, parte del peronismo y la
diputada Margarita Stolbizer, está enfrascado en exterminar al kirchnerismo con
un golpe que puede costarle caro: la detención de Cristina y de algunos de sus
ministros en causas judiciales amañadas.
El diario español El País leyó con claridad el mensaje de la canciller argentina,
Susana Malcorra, sobre la posición de Argentina respecto del golpe
institucional en Brasil. El primer apoyo a Temer “llegó de Argentina, el país
en el que empezó en noviembre de 2015 el notable giro ideológico que vive
Latinoamérica después de los años dorados de la izquierda”, publicó el
periódico del grupo Prisa. Argentina “manifiesta que respeta el proceso
institucional que se está desarrollando”, aseguró el gobierno de Mauricio Macri
en un comunicado pocas horas después de que se aprobara el impeachment, cuando ni la Organización de Estados Americanos (OEA)
se había animado a una definición de esa naturaleza.
El mes pasado, el secretario general de la
OEA, Luis Almagro, dijo que “si hubiera una acusación [contra Rousseff] bien
fundada, como la ha habido en otros casos en Brasil, entonces perfecto, se va
por ese camino [del impeachment].
Pero hoy eso no existe, y es muy deshonesto plantearlo en estos términos”.
Mesianismo
Mesianismo
El gobierno de Macri se presenta como el de
la refundación del país. “Venimos de años en los que el Estado ha mentido
sistemáticamente, confundiendo a todos y borrando la línea entre la realidad y
la fantasía (…) “En estos casi tres meses de gestión trabajamos para normalizar
nuestro país, enfrentando desafíos en lo social, en lo político y en lo
económico; también, en nuestro vínculo con el mundo, en nuestra relación con la
Justicia, en el diálogo con los gobernadores y en el trato con la prensa.
Cumplimos con lo que creemos es el espíritu de la democracia (…) Es momento de
unir a los argentinos y respetar nuestras diferencias”, dijo Macri ante la
Asamblea Legislativa, el 1 de marzo.
En su primer discurso como presidente interino, Temer le impregnó a su interinato un tinte mesiánico: “Es urgente pacificar la nación y unificar a Brasil. Es urgente que hagamos un gobierno de salvación nacional. El diálogo es el primer paso para avanzar y garantizar el regreso del crecimiento”.
En su primer discurso como presidente interino, Temer le impregnó a su interinato un tinte mesiánico: “Es urgente pacificar la nación y unificar a Brasil. Es urgente que hagamos un gobierno de salvación nacional. El diálogo es el primer paso para avanzar y garantizar el regreso del crecimiento”.
“Mi primera palabra al pueblo brasileño es
confianza. Confianza en los valores que forman el carácter de nuestra gente, en
la vitalidad de nuestra democracia; confianza en la recuperación de la economía
nacional, en los potenciales de nuestro país, en sus instituciones sociales y
políticas, y en la capacidad de que, unidos, podemos enfrentar los desafíos de
este momento que es de gran dificultad”, dijo.
Una periodista argentina contó en radio que
la mayoría de las personas a las que había consultado sobre el porqué del impeachment a Dilma le respondió por
“corrupta” y el “caso Petrobras”. La desinformación es también una batalla
ganada por la derecha en Latinoamérica. Dilma no fue sometida a juicio político
por corrupción, sino por haber “maquillado” el presupuesto, una maniobra que en
Brasil se llama pedalão. En cambio,
muchos de los que votaron por abrir el impeachment
y suspender a la presidenta por 180 días, y otros que forman parte ahora del
gobierno interino sí están investigados por todo tipo de delitos. De hecho, uno
de los artífices del proceso destituyente, Eduardo Cunha, fue separado del
cargo de presidente de la Cámara de Diputados por corrupción.
Tres actores
Tres actores
En un artículo en Página 12, Atilio Boron define a la “pandilla de bandidos que tomó
por asalto el poder” en Brasil como integrada por:
-Primero, parlamentarios (sobre dos
terceras partes de ellos pesan gravísimas acusaciones de corrupción), la
mayoría de los cuales llegó al Congreso producto de una absurda legislación
electoral que permite que un candidato que obtenga apenas unos pocos centenares
de votos acceda a una banca gracias a la perversa magia del “cociente
electoral”. Tales eminentes naderías pudieron destituir provisoriamente a quien
llegara al Palacio del Planalto con el aval de 54 millones de votos.
-Segundo, un poder judicial igualmente
sospechado por su connivencia con la corruptela generalizada del sistema
político y repudiado por amplias franjas de la población del Brasil. Pero es un
poder del estado herméticamente sellado a cualquier clase de contraloría
democrática o popular, profundamente oligárquico en su cosmovisión y
visceralmente opuesto a cualquier alternativa política que se proponga
construir un país más justo e igualitario. Para colmo, al igual que los
legisladores, esos jueces y fiscales han venido siendo entrenados a lo largo de
casi dos décadas por sus pares estadounidenses en cursos supuestamente técnicos
pero que, como es bien sabido, tienen invariablemente un trasfondo político que
no requiere de mucho esfuerzo para imaginar sus contornos ideológicos.
-Tercero, los principales medios de
comunicación, cuya vocación golpista y ethos profundamente reaccionario son
ampliamente conocidos porque han militado desde siempre en contra de cualquier
proyecto de cambio en uno de los países más injustos del planeta.
Si bien acá, en la Argentina, no pudieron
destituirla a Cristina, como finalmente lo harán con Dilma, todo el escenario montado
en Brasil para desgastar al gobierno del PT tras 13 años en el poder se parece bastante
al orquestado en la Argentina tras 12 años de kirchnerismo.
Temer será en Brasil lo que Macri es en
Argentina: el verdugo de las clases populares. A Brasil le queda algo más de
dos años para la consumación de la tragedia. A la Argentina, un poco más,
aunque la tarea ya está bien empezada.
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