De lo que casi no se habla cuando se habla de las inundaciones
Luján, provincia de Buenos Aires. | EFE.
▪ Son las consecuencias del modelo agroexportador. Los sojales desplazaron chacras y tambos. Las enormes máquinas compactan el suelo y los pesticidas matan la microvida: no quedaron ni los túneles de las lombrices. Así, el agua ya no penetra, circula hasta acumularse y castiga a los pueblos mucho más que a los lotes agrícolas.
Jorge Rulli * | ANFIBIA
La siembra directa fue concebida como una agricultura
natural, ecológica, con abundantes rotaciones y con sumo respeto por la vida
del suelo. Se implementaba con máquinas simples y livianas. Hasta que el
mercado pidió más productividad y una escala mayor: la maquinaria mutó en
enormes sembradoras, enormes tractores, enormes mosquitos pulverizadores, cuyas
toneladas de peso, dejan necesariamente el terreno compactado. Al no labrar el
suelo, el agua de lluvia tiene más dificultades para penetrar. La demanda en
aumento de porotos de soja y su precio sostenido durante una década dejó de
lado las rotaciones con otros cultivos, que posibilitaban, luego de la cosecha,
abandonar sobre los suelos materia orgánica o barbecho para reponerlos. Hay
más: se pulveriza glifosato y otros agroquímicos de modo masivo para eliminar
malezas perennes y así, año tras año, se fue afectando sensiblemente la
microvida del suelo, que facilita la reposición de los nutrientes, así como el
laboreo que realizan las lombrices, hoy ya en muchos campos inexistentes. En
conclusión, el terreno está desnudo, el agua corre y no penetra en el subsuelo.
El proceso de globalización le impuso a la Argentina en
los años 90 un modelo de país productor de transgénicos y exportador de
forrajes. Las consecuencias de la implantación de ese modelo extractivo y de
producción masiva de commodities a lo largo de los años fueron inmensos
territorios vaciados de sus poblaciones
rurales, cientos de pueblos en estado de extinción, 400 000 pequeños productores
arruinados, entre ellos el cierre definitivo de millares de tambos, y
muchísimos chacareros endeudados debido a la incorporación de nuevos paquetes
tecnológicos con dependencia a insumos, semillas genéticamente modificadas, herbicidas de Monsanto y maquinarias de
siembra directa.
El mercado impuso sus reglas: la principal fue la
necesidad creciente de disminuir costos para competir. Los fondos de inversión
que expropiaron los aportes jubilatorios de los argentinos y los fondos
fiduciarios generados por algunas empresas para supuestamente democratizar la
agricultura, aportaron los recursos financieros para la implementación de los
nuevos monocultivos de soja Roundup Ready (RR, que resiste al herbicida
glisfosato) en una escala gigantesca. La vieja oligarquía pastoril desapareció
en medio de la mayor transferencia histórica de tierras desde la campaña al
desierto, para dar lugar en su mismo nicho histórico a una nueva clase
empresarial y plutocrática, no ya patricia como la Sociedad Rural Argentina, sino
de recientes orígenes inmigratorios. La concentración de campos y la expulsión
de poblaciones sintetizaron el modelo neocolonial impuesto por el proceso
globalizador.
Los emigrados del campo conformaron nuevos e inmensos cinturones de pobreza urbana, y
descubrieron en la ciudad el festival de las importaciones y el consumo, en
simultáneo con el creciente desempleo producido por el cierre masivo de las
empresas industriales. Un vasto plan de asistencialismo y de empleos de
inferior calidad, subsidiados por el Banco Mundial y cargados a la creciente
deuda externa, la distribución de raciones alimentarias y un tejido férreo de
control en las barriadas, contuvieron por años la creciente pobreza. Lo
paradójico de esta situación de insurgencia que vivía la Argentina a principios
del milenio fue que muchas de las luchas sociales localizadas, tales como los
asentamientos y luchas por el derecho a la vivienda, en la medida que confrontaban con situaciones
abusivas de injusticia y no se proponían otro modelo de país ni regresar a los
lugares de origen, devinieron funcionales al sistema de agricultura a escala y
control del territorio por los grandes pools, vinculados a los exportadores y
mediante ellos, a los mercados globales.
El predominio de visiones urbanas sin arraigos culturales
y a la vez, reverenciales de tecnologías y de modelos que rinden culto del
progreso, colaboraron de manera eficaz, en mantener invisible el rol que nos
fuera asignado de país exportador de commodities,
con una agricultura sin agricultores, subsidiada por corporaciones como
Monsanto para la producción masiva de transgénicos. Esas visiones urbanas
impidieron prever las consecuencias necesarias e inevitables del festival de
cultivos transgénicos que podría estar llegando actualmente a los 30 millones
de hectáreas. El modelo del agronegocio
sojero desplazó miles de chacras y, en particular, desplazó tambos. Cada tambo
contaba con varios molinos y/o bombas para riego o bebederos, que diariamente
extraían grandes cantidades de agua, abatiendo las capas de agua a sus niveles
tradicionales de 30 a 60 metros de profundidad. Esos espacios tamberos fueron
reemplazados por siembra directa.
Reconozcamos que no faltaron avisos que anunciaban la
situación que hoy nos preocupa. En el congreso de los Consorcios Rurales de
Experimentación Agrícola (CREA) de 2014, en una exposición denominada “Del mito
de la sustentabilidad a la realidad del compromiso ambiental”, se dijo lo
siguiente: “Una visión estática de la naturaleza generó el ‘principio
precautorio’ que reclama conocer las consecuencias de nuevas intervenciones
agrícolas antes de implementarlas. Ante ese desafío se generaron en el sector
productivo metodologías de ‘buenas prácticas’ orientadas a una supuesta
sustentabilidad. Pero es difícil definir cómo deberían ser esas prácticas a
priori. Cambia el ambiente y lo que sabemos de él; cambian las tecnologías y
las opciones, y la mejor práctica hoy puede ser mala mañana”. Esta presentación estuvo a cargo de Esteban
G. Jobbágy, investigador del Grupo de Estudios Ambientales del Instituto de
Matemática Aplicada de San Luis (Conicet-UNSL), durante una conferencia
ofrecida en el Congreso Tecnológico CREA que se estaba desarrollando en Mar del
Plata, Rosario y Santiago del Estero de manera simultánea. “Los efectos del
desmonte sobre la materia orgánica del suelo y el stock de carbono, sobre las
napas freáticas o las poblaciones de grandes mamíferos nativos, requieren
observaciones y observadores distintos y deben en todos los casos y etapas
sumar aportes del sistema de ciencia y tecnología”, añadió. Jobbágy dijo en ese
momento algo por lo demás evidente y de sentido común: que era improbable
anticipar todas las consecuencias hidrológicas que el reemplazo de pasturas y
montes por agricultura tendría en nuestras llanuras.
“Hemos generado excesos hídricos sostenidos y lo que en
un principio se atribuyó exclusivamente a las fluctuaciones climáticas, hoy
aparece también vinculado a los cambios en el uso del territorio: ascensos
freáticos de diez metros en Marcos Juárez (Córdoba) desde los años 70, con
lotes que se inundan por primera vez en la historia; napas que salvan la
producción en años secos pero que ponen en jaque siembras y cosechas en años
más húmedos; sales que aparecen en la superficie cuando menos lo esperamos”,
comentó. “Hay que aprender sobre la
marcha. Para eso es necesario integrar a expertos y observadores locales,
plantear problemas actuales e hipotéticos y avanzar gradualmente con el cambio
reservando zonas de control, además de medir las variables consideradas más
sensibles, hacer transparente la información y su interpretación, debatir y
negociar”. Jobbágy señaló también que “la agricultura, como todas las
actividades humanas de gran escala, es insustentable. La historia desde la
revolución industrial hasta hoy ha mostrado repetidamente que lo único
sustentable es el progreso. Aparecen nuevos problemas, generamos nuevas
soluciones. Y esas soluciones traen nuevos problemas”, comentó.
Consideremos que no estamos leyendo a un contestatario o
a un ecologista, sino a un profesional que se preocupa por mejorar la capacidad
del proceso productivo por mantener sus estándares. La idea de que cada
solución tecnológica entraña nuevos problemas y la necesidad, a su vez, de
generar nuevas soluciones tecnológicas, es un criterio típicamente empresarial,
que no tiene en cuenta los ecosistemas naturales y que sólo privilegia la
ganancias mediante la continuidad del consumo y la producción de nuevos artilugios
y de nuevos tóxicos.
El uso de agrotóxicos en los sojales condujo, por
ejemplo, a la insólita situación de que los conocidos bichos bolitas se
convirtieran en plaga. Estos insectos se alimentaban de materia muerta que fue
desapareciendo por la ausencia de suficientes procesos de humificación; y
entonces comenzaron a comer cultivos. Así, se crearon cócteles de venenos específicos
para eliminarlos. En ese mismo congreso,
Jobbágy indicó acertadamente que la contaminación por sobrefertilización, que
encabeza la lista de preocupaciones en otras grandes regiones productoras, no
es prioritaria en la Argentina. Pero sí lo es la pérdida de hábitats naturales
y de recursos hídricos. “Desde lo global un concepto que se ha popularizado
para expresar la preocupación por la agricultura y la disponibilidad de agua es
la huella hídrica ¿Cuánta agua de lluvia o de riego hemos utilizado para
obtener una unidad de producto? Pero el agua no tiene el mismo valor en todas
partes ¿Vale lo mismo el agua que permitió producir un litro de leche usando
alfalfa regada en Mendoza o maíz picado y pasturas de secano en la cuenca del
Salado? La importación ciega de indicadores envasados como la huella hídrica
representa un obstáculo en el abordaje del problema producción-ambiente”, dijo.
“De hecho, en una enorme parte de nuestras llanuras el
uso conservador del agua que hace la agricultura nos causa problemas más
serios: niveles freáticos más elevados, menor capacidad de albergar excesos de
lluvia y, por lo tanto, anegamientos e inundaciones más frecuentes en la región
pampeana o ascenso de sales en la región chaqueña son algunos de estos
problemas. No necesitamos ahorrar agua de lluvia en estas llanuras: necesitamos
usar las lluvias tan exhaustivamente como la hacían las pasturas o los bosques
que reemplazamos con cultivos anuales. Y aquí empiezan a surgir varias
tensiones: las inundaciones castigan a los pueblos mucho más que a los lotes
agrícolas. Los tambos son el sistema productivo que generan menores excesos,
pero uno de los que más caro paga la inundación. Lleva tiempo y esfuerzo
entender estos problemas hidrológicos que no conocen fronteras entre
disciplinas”, explicó.
Jobbágy señaló también que, en lo que respecta a la
protección de ecosistemas naturales (aspecto regulado por la Ley de Bosques Nº
26331) es necesario buscar acuerdos en un marco que permita distinguir las
situaciones de ganar-ganar, perder-perder o ganar-perder en cuanto a ambiente y
producción. “La quema de más del 95% de la biomasa desmontada en cordones es un
claro ejemplo de perder-perder: deterioramos el suelo y desperdiciamos un
recurso valioso. Salir de esa práctica requiere pocas innovaciones y acuerdos”,
argumentó el investigador. “Encontramos un claro ganar-ganar en la
intensificación verde: aumento del doble cultivo, uso de cultivos de cobertura,
ciclos más largos, aplicados en épocas de excesos o napas elevadas en las
llanuras. Bajamos el riesgo de anegamiento y aumentamos la producción”, añadió.
“Los sistemas que alternan cultivos tardíos de soja y maíz han mostrado enormes
virtudes productivas y han permitido afianzar empresas agrícolas sobre
ambientes que antes se consideraban hídricamente marginales. Una de las claves
de la secuencia es que usa conservadoramente el agua evitando estrés y riesgo
productivo. Pero, como contraparte, aumenta el incentivo de desmonte en una
gran fracción de los bosques del Chaco y el Espinal que antes tenían poco
atractivo agrícola. Y además esa secuencia genera mayor drenaje profundo y
ascenso freático, incrementando el riesgo de salinización en las tierras que
anteriormente fueron ocupadas por bosque”, explicó refiriendo a la llamada
extensión de la frontera agrícola, que tantas devastaciones de bosque nativo y
conflictos con los pequeños pastores y campesinos ha provocado a lo largo de
los últimos años.
“El compromiso ambiental del sector agropecuario está
listo para ir más allá de la sustentabilidad y enfrentar el desafío del cambio.
Podemos esperar a que lleguen las demandas ambientales y afrontarlas una por
una con acciones puntuales y efectos de imagen. O podemos liderar el debate
territorial de la próxima década ofreciendo lo que mejor sabemos hacer, que es
gestionar creativamente las fuerzas de la naturaleza”, concluyó con cierto
optimismo. Evidentemente los acontecimientos provocados por las desmedidas
ganancias de estos años y la imprevisibilidad de sus consecuencias inevitables,
han superado por lejos a esta dirigencia empresarial tanto como a los
funcionarios del sector. Podríamos hacer extensivo este juicio a buena parte de
la población refugiada en las ciudades que ahora, también, sufren las
inundaciones. Que se discuta si los responsables están o no están presentes en
los lugares de la catástrofe nos parece absolutamente pueril, tanto como
discutir sobre subvenciones a los damnificados. Se trata, en cambio, de
modificar de modo radical y de una vez por todas los procesos irracionales y de
abuso del suelo que condujeron a esta catástrofe; se trata de comprender los
procesos de preservación y de recuperación de los ecosistemas agrícolas; y se
trata asimismo, de leer detenidamente la encíclica Laudato si, para extraer sus
enseñanzas a la vez que aprovechar el enorme caudal de energía que nos
proporciona, si deseamos afrontar el desafío de que estas situaciones no
vuelvan a repetirse y que en vez de aportar a los “cambios climáticos” seamos
capaces de aportar a la preservación de la vida en el planeta tal como nos lo
pide el papa Francisco.
En medio de la catástrofe provocada por las lluvias y por una agricultura guiada por los
mercados estamos convencidos de que pueden nacer esperanzas nuevas y nuevos
debates que tienen relación con la recuperación de una conciencia ambiental,
tanto como con los modos de asumir la participación ciudadana. Nuestra
emergencia desesperada a más de veinte años de aprobadas las primeras sojas
transgénicas sigue siendo una frontera de la globalización y también de las
tensiones con la mayor multinacional de las semillas, cuyas últimas amenazas
fueron las de cobrar por su propia cuenta regalías en los puertos sobre su soja
intacta, en asistencia con las empresa exportadoras. Recordemos que la
Argentina aportó en la posguerra a solucionar el hambre del mundo y de Europa
particularmente, gracias a sus producciones sustentables y ahora, por el
contrario, luego de muchos años de cosechas récord de transgénicos, queda
expuesta nuestra pobre calidad de vida, millones de hectáreas inundadas o al
borde de la desertización y una economía de exportación cada vez más frágil y
basada en los caprichos de los mercados internacionales.
(*) Miembro del Grupo de Reflexión Rural.
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