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El Pelafustán

3.4.15

La máquina del fango







La tapa de Clarín del 31.3.15.

Para deslegitimar al adversario, no hace falta que lo acuses de matar a su abuela: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. Lo dice Umberto Eco, que, en su última novela recrea la práctica del chantaje de la prensa.  La nota de Clarín sobre las supuestas cuentas de Máximo Kirchner y lo que inspiró al autor de El nombre de la rosa.    

Datapuntochaco | EDITORIAL 

En su última novela, Número cero, Umberto Eco retrata a un editor que se vale de un periódico, Domani, que nunca sale, pero que le sirve para intimidar y chantajear a sus adversarios. “Bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro”, cuenta Eco en una entrevista con el diario español  El País y que aquí reprodujo La Nación.
“Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de ‘máquina del fango’”, explica el filólogo de 83 años, autor del éxito El nombre de la rosa (1980). ¿En qué consiste? “En que para deslegitimar al adversario, no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela, aparece un magistrado [que existió en realidad] al que no se descalifica directamente. Se dice sólo que es estrafalario, que usa medias de colores [chillones]”.
En definitiva, aclara Eco: “Podés deslegitimar a [el primer ministro israelí Benjamin] Netanyahu por lo que hace con Palestina. Pero si lo acusás, pongo por caso, de pedófilo, entonces ya no estarás funcionando con hechos, sino que estás poniendo en marcha la máquina del fango”.
En Italia, recuerda Eco, el mismísimo magnate de los medios y ex primer ministro Silvio Berlusconi “fue puesto contra las cuerdas” cuando se contó lo que hacía por la noche en su casa. “Se podían decir de él cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo. Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que estaba con una menor de edad, entonces se lo puso en dificultades” (*).
En la Argentina, la “máquina del fango” configura la historia del periodismo corporativo de la última década. Empecinada en darle batalla al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, la corporación mediática se valió del fango para golpear al kirchnerismo y todo lo que de algún modo esté vinculado a él por adhesión o simpatía.
Un caso no tan lejano es la campaña de Perfil contra el ahora exministro de la Corte Raúl Eugenio Zaffaroni, al que, en 2011, vinculó con la prostitución a partir de denuncias de que departamentos suyos eran usados como prostíbulos. La campaña contra Zaffaroni fue montada por Libre, el diario amarillista de corta vida de la editorial que dirige Jorge Fontevecchia, que presentó al entonces juez de la Corte como un proxeneta. Perfil bautizó la investigación como Zaffagate.
Quedó claro después que la responsabilidad de cuanto sucedía en los departamentos era de la inmobiliaria que los alquilaba y no del propietario. Sin embargo, Perfil apuntó contra Zaffaroni, comprometido con los derechos humanos y enemigo manifiesto de la mano dura como método para combatir el delito, esto es, el blanco perfecto para el ideario reaccionario que editorializan los medios hegemónicos.
Pese a todo, el exjuez no objetó la denuncia, sino el “hostigamiento” de Perfil durante los días en que el periódico intentó hacer trizas la respetada imagen del penalista. “No es investigación periodística poner un fotógrafo en la puerta de mi casa durante las 24 horas con un taxi, seguirme por la calle y fotografiarme, a mí y a toda persona que entra y sale de mi casa, de atiborrarme de mensajes telefónicos, de llamar reiteradamente a mi oficina y a todos mis colaboradores, incluso a la madrugada. Eso es hostigamiento”, dijo Zaffaroni, por aquellos días.
Si lo de Libre fue escandaloso por la porfía, lo publicado el 31 de marzo último en  Clarín sobre las supuestas cuentas en el exterior de Máximo Kirchner puede catalogarse de pernicioso. No solo rompe con todos los estándares del periodismo de investigación, sino, peor aún, con el abecé profesional. El título central de la portada, Máximo sería cotitular de dos cuentas secretas, motivaría un bochazo en cualquier academia de periodismo del mundo. Si se examina el texto de la bajada, la reprobación sería insuficiente. “Las compartiría con Nilda Garré, exembajadora en Venezuela. Están en el banco Felton, de Delaware, EE.UU., y en el Morval Bank, de las Caimán. Entre ambas hubo hasta 80 millones de dólares en depósitos…”. Hay datos concretos sobre dónde están las cuentas y cuáles fueron los movimientos, pero no se puede confirmar si son realmente del hijo de la presidenta (“sería”, “las compartiría”).
El autor de la nota, Daniel Santoro, intenta explicar por qué: “En el diario, en 2011, en medio de la campaña para la reelección de Cristina, decidimos no publicar la historia porque era una sola fuente e iba a aparecer como una ‘operación’. Después comprobé que existía la cuenta en ese banco de EE.UU. [por Felton], pero no vi personalmente quiénes eran los cotitulares. Sólo aparecía la empresa fantasma Business and Service IBC como la titular”. 
En su firme enfrentamiento con el Gobierno, el Grupo Clarín decidió enterrar el ejercicio periodístico y convertir al diario de mayor circulación del país en un panfleto anti-K. Por eso no sorprende el adefesio investigativo inconcluso sobre las supuestas cuentas bancarias de Máximo, el nuevo objetivo del pelotón mediático antikirchnerista.
Eco dice que la “máquina del fango” fue usado en Italia como herramienta política para deslegitimar al adversario a través de la difusión de sospechas sobre sus actitudes cotidianas. De algún modo, esa es la receta de la prensa corporativa argentina: sin datos certeros ni información chequeada, difama en potencial. Si después se comprueba que la información es inexacta, nadie se siente obligado a difundir la desmentida. Encima, en el caso de Clarín, el periodista le sugiere a Máximo qué hacer para demostrar que las cuentas no son de él. Esos son los estándares éticos del periodismo corporativo argentino.
A diferencia del editor de Domani, que chantajea a sus adversarios con un periódico que nunca sale (los números cero), acá la “noticia comprometedora” sí sale. Y no solo eso: se reproduce por los demás diarios, los canales de TV, las radios y los sitios de Internet. Muchas veces, ese conglomerado avasallante le termina asignando, solo por su dimensión, la categoría de verdad a lo que ni siquiera es verosímil.

(*) En una entrevista con el diario español El Mundo, Eco cuenta que para Número cero se inspiró “en un personaje real, que no está mencionado en el libro”. Es Mino Peccorelli, que durante los años 60 y 70, “tenía una agencia de noticias en Italia cuya circulación era limitadísima, pero llegaba a las mesas de los ministros y diputados. En él se lanzaba sospechas y era tan peligroso que lo mataron en 1979, por este pequeño seudoboletín que servía como instrumento de chantaje”. 

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