La muerte del periodismo
▪ El último que apague la luz. Así se llama el libro de Lluís Bassets, director adjunto de El País. El diario de papel está liquidado, afirma. Se reproducen aquí los principales párrafos de una nota sobre lo dicho por el autor en la presentación de su obra en Cataluña.
Por Carlos Geli
El País
Se acabó lo del periódico en papel; durará, como mucho, hasta el 2025, por poner una fecha optimista. Lo demuestran la sangría de la desaparición de cabeceras y la eliminación de los puestos de trabajo, así como la más silenciosa pero constante desinversión en contenidos. Y es que por no quedar, empieza a ni encontrarse quioscos donde los vendan. Moraleja: el oficio de periodista, tal y como se ha conocido hasta ahora, ya no da más de sí. “A partir de ahora quienes quieran seguir deberán pensar en cambiar de oficio o en cambiar radicalmente el oficio, que quiere decir cambiar ellos mismos”, escribe Lluís Bassets, director adjunto de El País, que como lleva 40 años a sus espaldas de ejercicio profesional y desde atalayas privilegiadas, se comporta como tal y, sin tapujos, disecciona con descarnada frialdad la situación del periodismo en El último que apague la luz. Sobre la extinción del periodismo (Taurus).
“Lo que me angustia es que la añoranza no nos entretenga: hay que pasar página del absurdo debate sobre la pervivencia o no del diario de papel; éste está liquidado, la nueva etapa será totalmente digital; lo que urge ahora ya es cómo encontrar los recursos para poder ejercer el periodismo de máximo nivel y rigor en los nuevos entornos”, resumió Bassets durante la presentación de su trabajo en el Colegio de Periodistas de Cataluña, moderado por el no menos reconocido Josep Cuní, que definió el libro como “demoledor y clarividente, escrito con coraje y honestidad”.
[...]
Ante un hipotético fracaso de esa vía, el periodista ya detecta dos graves peligros: la consolidación y proliferación de lo que bautiza en el libro como “periodismo soberano” (tipo cadena Al Jazeera o la china CCTV), descaradamente a favor de intereses familiares y políticos, al que se unen ya también los grandes conglomerados empresariales (fondos de inversión, petroleras, lobbies…), “que crean plataformas informativas en la red respondiendo tácitamente, claro, a sus intereses; o, tanto o más peligroso, plataformas periodísticas “esponsorizadas, no una mala salida según quién sea el mecenas”.
Wikileaks y Julien Assange no podían quedar al margen, un fenómeno fruto de “la ruptura de la mediación periodística, como en tantos otros ámbitos sociopolíticos han comportado el movimiento del 15-M o las primaveras árabes en tiempos de sociedades muy fragmentadas”.
Bassets, sin embargo, deja muy cerca el famoso Cablegate de los escándalos provocados por las actuaciones de los periodistas de Rupert Murdoch, “cuya posición moral estaría muy cerca de la de Assange y sus hackers”.
De ese episodio le preocupa “la arrogancia de Assange, que al final necesitó al viejo periodismo para descodificar sus cables, y la sensación última de que todo el mundo puede ser espiado”. Bautiza Bassets como “práctica del preperiodismo” otro de los males de la Red: “La trascendencia que se le da al rumor, no hay muchas veces verificación”, una característica de una red social demasiado usada también por los propios periodistas de manera irreflexiva “al confundirlas con un canal a caballo entre el teléfono particular y el medio masivo, lo que mancha su imagen profesional”.
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Por Carlos Geli
El País
Se acabó lo del periódico en papel; durará, como mucho, hasta el 2025, por poner una fecha optimista. Lo demuestran la sangría de la desaparición de cabeceras y la eliminación de los puestos de trabajo, así como la más silenciosa pero constante desinversión en contenidos. Y es que por no quedar, empieza a ni encontrarse quioscos donde los vendan. Moraleja: el oficio de periodista, tal y como se ha conocido hasta ahora, ya no da más de sí. “A partir de ahora quienes quieran seguir deberán pensar en cambiar de oficio o en cambiar radicalmente el oficio, que quiere decir cambiar ellos mismos”, escribe Lluís Bassets, director adjunto de El País, que como lleva 40 años a sus espaldas de ejercicio profesional y desde atalayas privilegiadas, se comporta como tal y, sin tapujos, disecciona con descarnada frialdad la situación del periodismo en El último que apague la luz. Sobre la extinción del periodismo (Taurus).
“Lo que me angustia es que la añoranza no nos entretenga: hay que pasar página del absurdo debate sobre la pervivencia o no del diario de papel; éste está liquidado, la nueva etapa será totalmente digital; lo que urge ahora ya es cómo encontrar los recursos para poder ejercer el periodismo de máximo nivel y rigor en los nuevos entornos”, resumió Bassets durante la presentación de su trabajo en el Colegio de Periodistas de Cataluña, moderado por el no menos reconocido Josep Cuní, que definió el libro como “demoledor y clarividente, escrito con coraje y honestidad”.
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Ante un hipotético fracaso de esa vía, el periodista ya detecta dos graves peligros: la consolidación y proliferación de lo que bautiza en el libro como “periodismo soberano” (tipo cadena Al Jazeera o la china CCTV), descaradamente a favor de intereses familiares y políticos, al que se unen ya también los grandes conglomerados empresariales (fondos de inversión, petroleras, lobbies…), “que crean plataformas informativas en la red respondiendo tácitamente, claro, a sus intereses; o, tanto o más peligroso, plataformas periodísticas “esponsorizadas, no una mala salida según quién sea el mecenas”.
Wikileaks y Julien Assange no podían quedar al margen, un fenómeno fruto de “la ruptura de la mediación periodística, como en tantos otros ámbitos sociopolíticos han comportado el movimiento del 15-M o las primaveras árabes en tiempos de sociedades muy fragmentadas”.
Bassets, sin embargo, deja muy cerca el famoso Cablegate de los escándalos provocados por las actuaciones de los periodistas de Rupert Murdoch, “cuya posición moral estaría muy cerca de la de Assange y sus hackers”.
De ese episodio le preocupa “la arrogancia de Assange, que al final necesitó al viejo periodismo para descodificar sus cables, y la sensación última de que todo el mundo puede ser espiado”. Bautiza Bassets como “práctica del preperiodismo” otro de los males de la Red: “La trascendencia que se le da al rumor, no hay muchas veces verificación”, una característica de una red social demasiado usada también por los propios periodistas de manera irreflexiva “al confundirlas con un canal a caballo entre el teléfono particular y el medio masivo, lo que mancha su imagen profesional”.
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