Ismael Ramírez, in memoriam
▪ Tengo la certeza de que la mano que sostuvo el arma que te mató estuvo acompañada por la mano de toda la sociedad. La mía, incluida.
Ismael te llamabas. Tu apellido: Ramírez.
Adolescente. Originario. Pobre.
Y tus trece años terminaron con una bala.
En tu pecho. Y se hunde en nuestras almas como un grito que no termina de
sonar.
Pero no son el dolor o la bronca los
sentimientos más fuertes en este momento.
Siento vergüenza.
Porque esa bala en medio de tu cuerpo me
avergüenza. Como siguen doliendo el frío de Santiago antes de ser asesinado.
Como siguen dando vergüenza la cobardía del tiro en la espalda de Rafael Nahuel
o en la cabeza de Facundo Ferreyra.
¡Con qué ganas dispararía un tiro en el
pecho mismo de mi vergüenza! Así podría evitar el bochorno que me produce el
color de la piel que me devuelve el espejo. Me gustaría poder elegir tu color y
tu pobreza para sentirme otro. Mejor.
Vuelvo a pensar en el tiro en medio de tu
pecho y tengo la certeza de que la mano que sostuvo el arma que te mató estuvo
acompañada por la mano de toda la sociedad. La mía, incluida.
Tu pecho abriéndose de muerte enfrentando
la mirada de quien estaba cegando tus ojos es una imagen que aún me huele a
fuego y pólvora. Y a odio. El suficiente odio como para que la vida de una
persona valga menos que un paquete de fideos.
¡Silencio! Hay muerto en el pueblo.
¡Silencio! Porque sabemos de qué lado de
las balas estamos.
¡Silencio!
¡Silencio! Porque cuando enmudezca hasta la
luna recién entonces podré pronunciar tu nombre.
“Ismael te llamabas. Tu apellido: Ramírez”,
escribí al comienzo. Y fue un error. Porque te llamás Ismael. Y te llamarás
Ismael. Porque en algún momento dejarás de ser sólo ausencia. Porque en algún
momento cada uno de nosotros puede ser Ismael Ramírez.
Es sólo cuestión de tiempo.
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