Carta abierta a jóvenes periodistas
▪ Reflexiones en el Día del Periodista.
Los que ya tenemos canas y el teclado
cansado te estamos dejando la posta. Así debe ser.
Sólo vos sabés qué te llevó a elegir el
periodismo. Seguramente, ideales de verdad. Esa sola posibilidad puede redimir
a tu generación a pesar de que muchos de los de la mía renieguen por “una
juventud que cada día está peor”. Pero, ¿sabés qué? esos ideales serán la matriz
de evaluación de tu carrera de periodista cuando llegues a viejo.
En éste, nuestro día, y desde mi humilde
lugar de laburante en retiro, creo que puedo llegar a vos y contarte algunas
cosas.
En los primeros años de tu carrera, casi
con seguridad, vas a tener que trabajar en algún medio privado. Y vos también
te sentirás privado. Privado de libertad de contar lo que viste o investigaste
porque a tu patrón poco le importarán tus verdades sino lo abultado de su
faltriquera. Privado de vivir con dignidad porque el sueldo que te asigna el
patrón pocas veces llega a cubrir los gastos mínimos. Privado de escribir bajo
el tutelaje de tu conciencia porque tu palabra estará condicionada, cercada y
vigilada por los ojos del patrón que, por pagarte un sueldo de morondanga, cree
que tiene el derecho de propiedad sobre tu escritura y tu conciencia.
Y sí, tendrás que mentir. Y por cuenta
ajena. Y no pocas veces.
En esta etapa de tu carrera, tenés dos
ventajas. Una: no firmás tus notas, es decir, no quedarán rastros de lo que el
patrón te ordenó excretar sobre un papel. Dos (y la que mejores habilidades te
dará): podés encontrar rendijas a través de las cuales puedas decir lo que
realmente querés decir. Lo más probable es que el patrón no lo advierta y, si
lo hace, un “no es lo que quise decir” te sacará del apuro.
Hasta que llegue el día en que pongas tu
firma al pie de una nota.
Ese día, habrás recuperado tu palabra, tu
conciencia y tu dignidad. Y dependerá de la fortaleza de aquéllas, tus primeras
convicciones, que los ideales de búsqueda de la verdad sigan más o menos
vigentes en vos y en lo que escribas.
Habrás acumulado en la primera etapa de tu
carrera oficio y experiencia. Serán la base de tu entereza e identidad como
periodista. A estas alturas, ya habrás tenido que contar desde la muerte de un
papa hasta que “un policía devolvió un globo a un niño en una plaza”, como dice
un amigo. Y creerás que lo sabés todo. O mucho. O lo suficiente como para que
te animes a entrarle a cualquier tema. Ojo. Peligro.
Cuando estés tentado de escribir: “fulano es
chorro”, acordate de que no estudiaste para abogado y de que, mucho menos, sos
juez. Si vas a escribir sobre algún delito, acordate que no sos cana. Si vas a
moralizar, tené en cuenta que no sos cura. Porque no sos ni todo eso, ni
médico, ni puta, ni diputado, ni mozo, ni arquitecto, ni mecánico: sos
periodista. O sea, una versión mejorada de la peluquera de la cuadra que cuenta
lo que ve o lo que sabe. Digo “versión mejorada” porque, se supone que, antes
de afirmar algo, te habrás cerciorado de que sea cierto.
Si todo esto sucede, verás cómo un día, ya en tu vejez y en retiro, un día te encontrarás escribiendo tu propia carta abierta a jóvenes periodistas.
Si todo esto sucede, verás cómo un día, ya en tu vejez y en retiro, un día te encontrarás escribiendo tu propia carta abierta a jóvenes periodistas.
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