¿Somos Charlie?
La tapa de Página 12 del 8 de enero.
▪ Más allá de la conmoción por la muerte de 12 personas en el ataque al semanario satírico francés y de la condena al terrorismo, algunas voces se alzaron contra las prácticas “ofensivas” y “difamatorias” de Charlie Hebdo y algunos de sus posicionamientos y proclamaron “Yo no soy Charlie”.
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Frente al masivo y abrumador “Je suis Charlie” (“Yo soy Charlie”), como homenaje a las víctimas del ataque al hebdomadario francés, algunas voces se alzaron en contra de ese mensaje, sin dejar de señalar, claro está, que los dibujantes y periodistas asesinados el 7 de enero, en París, son víctimas inocentes.
No sorprende que el escritor peruano Mario Vargas Llosa
haya llamado a repetir todos los días “Je suis Charlie Hebdo”. En un artículo publicado en El País, el premio Nobel de Literatura cree que el asesinato de
casi toda la redacción de Charlie Hebdo significa “querer que la cultura
occidental, cuna de la libertad, de la democracia, de los derechos humanos,
renuncie a ejercitar esos valores, que empiece a ejercitar la censura, poner
límites a la libertad de expresión, establecer temas prohibidos, es decir,
renunciar a uno de los principios más fundamentales de la cultura de la
libertad: el derecho de crítica”.
Sin embargo, Víctor Lapuente Giné, profesor en el
Instituto para la Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo, analiza
los Je suis Charlie y los Je ne suis pas Charlie como expresiones de, por un
lado, una defensa de “una libertad de expresión sin límites, el derecho a
ofender a todo tipo de religión o grupo humano” y, por otro, la creencia de que
una “coexistencia pacífica en el mundo moderno requiere impedir las expresiones
‘ofensivas’ mediante leyes antidiscriminación y antidifamación más estrictas”. “¿Podemos
reconciliar estas dos sensateces opuestas?”, se pregunta Lapuente Giné, también en El País, y se responde: “Creo que sí”.
El profesor da en la tecla al afirmar que muchos
adherentes al “Je suis Charlie” son “oportunistas de última hora que hubieran
cerrado los Charlie Hebdo de muchos otros países”. En esa misma línea, escribe
David Brooks, en The New York Times: “A los periodistas de Charlie Hebdo se les
aclama ahora justamente como mártires de la libertad de expresión, pero seamos
francos: si hubiesen intentado publicar su periódico satírico en cualquier
campus universitario estadounidense durante las dos últimas décadas, no habría
durado ni treinta segundos. Los grupos de estudiantes y docentes los habrían
acusado de incitación al odio. La Administración les habría retirado toda
financiación y habría ordenado su cierre.
“La reacción pública al atentado en París ha puesto de
manifiesto que hay mucha gente que se apresura a idolatrar a quienes arremeten
contra las opiniones de los terroristas islámicos en Francia, pero que es mucho
menos tolerante con quienes arremeten contra sus propias opiniones en su país”,
opina Brooks y argumenta: “La Universidad de Illinois despidió a un catedrático
que explicaba la postura de la Iglesia católica respecto a la homosexualidad.
La Universidad de Kansas expulsó a un catedrático por arremeter en Twitter
contra la Asociación Nacional del Rifle. La Universidad de Vanderbilt retiró el
reconocimiento a un grupo cristiano que insistía en que estuviese dirigida por
cristianos”.
“Ahora que nos sentimos tan apenados por la masacre de
esos escritores y directores de periódico en París, es un buen momento para
adoptar una postura menos hipócrita hacia nuestras propias figuras
controvertidas, provocadoras y satíricas”, desafía Brooks.
Héctor Schamis habla de halcones y palomas de la libertad de expresión. Se refiere a cómo se pasó del Soy Charlie al Yo no soy Charlie
como expresión de “oposición a la sátira por irresponsable e innecesariamente
provocativa”.
“Sea por temor o por ser políticamente correctas, surgió
entre las palomas la desafortunada noción que la provocación en cuestión promovió
el ataque. Es un argumento que revictimiza a la víctima. Uno piensa
inmediatamente en la literatura feminista, por ejemplo, plagada de escenarios
de esta naturaleza, desde el atuendo de la mujer en casos de agresión sexual
hasta la inconveniencia de desafiar la autoridad del hombre en casos de abuso.
Voluntariamente o no, es un razonamiento que casi siempre llega a una sutil
justificación de la violencia en cuestión. Al final uno hasta puede olvidarse
de la nada sutil diferencia que existe entre el grafito y el plomo”, dice
Schamis.
Gilbert Rémond, del Partido Comunista francés, se adhiere
a un post de su camarada Loch Lomond, donde expresa abiertamente Je ne sui spas
Charlie. El texto puede leerse en la página web del PCF (http://lepcf.fr/), pero el sitio Rebelion.org lo reproduce en español.
Lomond dice no ser Charlie porque él no hizo campaña a favor
del Tratado de Maastricht, nunca apoyó los bombardeos de la OTAN en Yugoslavia,
nunca pensó que Cuba sea una dictadura ni que Hugo Chávez haya sido un
dictador, nunca aprobó el bombardeo de Libia, estuvo en contra en 2006 del ataque
de Israel a Líbano, no tomó “partido sistemáticamente por Israel contra los
palestinos y nunca consideró “héroes a los opositores sirios”.
“Rendir homenaje a las víctimas, por supuesto, pero no es
alrededor de Charlie y sus ‘valores’ donde querría ver reunirse al pueblo
francés”, expresa Lomond, y agrega: “Rechacemos esta unión nacional que
enmascara la intención real de los terroristas y las responsabilidades aplastantes
de los dirigentes franceses en el odio suscitado por nuestro país”.
La adhesión de Rémond se completa así: “La prensa tiene
grandes dificultades y la libertad de expresión está muy cuestionada desde hace
muchos años. Y desde ese punto de vista, el grupo Lagardère *, así como otros
mercaderes de armas, tiene una gran responsabilidad en lo que ha pasado. Por lo
tanto, considero totalmente hipócrita que el grupo Lagardère, que suministra
armas a todos los regímenes reaccionarios del mundo árabe, se ponga al frente
de la campaña de la aparición de la revista”.
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