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2.3.14

¿El fin del diario fundado por Sartre?

La portada de Libé del 8 de febrero. 

Libération, el periódico de izquierda nacido bajo el influjo del Mayo francés, agoniza. Sus dueños proponen convertirlo en una red social y su edificio, en un centro cultural con restaurante. Los 290 empleados resisten el proyecto bajo la consigna “Somos un diario”. La prensa en manos del capital privado asociado a los grupos financieros y la crisis de la edición de papel.  

Data.Chaco  
Informe 

Libération a représenté à travers toutes les années de son existence un exemple de presse libre et courageuse. Il serait très triste de la voir changer en quelque chose d’autre. Paris est plein de restaurants excellents mais les beaux quotidiens sont très rares. Pourrait-on libérer Libé ? Je le souhaite. | Umberto Eco.

“Somos un diario”. Con ese título central en la tapa de la edición week-end del sábado 8 y domingo 9 de febrero, los 290 empleados del diario francés Libération anunciaron su intención de combatir un proyecto de los accionistas de convertir al periódico en una red social y al edificio, en un espacio cultural con restaurante.
“Somos un diario. No un restaurante, no una red social, no un espacio cultural, no un estudio de TV, no un bar, no una incubadora de star-up”, proclama la portada del diario de izquierda parisino, fundado en 1973 por el filósofo Jean-Paul Sarte y los periodistas Benny Lévy y Serge July, convertido en símbolo de la renovación de la prensa europea.
Uno de los accionistas del diario desde 2012, Bruno Ledoux –un millonario viajero y coleccionista de objetos de la Revolución francesa y de la epopeya imperial, según cuenta el madrileño El País–, comunicó al personal que la intención de los dueños de Libé, como lo llaman los franceses –tan afectos a acortar las palabras–, es convertirlo “en una red social con contenidos pagos y un espacio cultural”.
La idea es montar en la sede del diario, situada en la calle Béranger, de París, “un lugar de encuentro para jóvenes” con un restaurante y un bar diseñados por el arquitecto estrella Philippe Starck, y trasladar a los periodistas a otro edificio. El 13 de febrero, Nicolas Demorand, director de Libération desde 2011, anunció su renuncia. La Redacción ya estaba movilizada por la dura situación y la crisis. En 2013, Libération perdió más de un millón de euros y sus ventas cayeron casi en un 15%: 97.299 ejemplares diarios, frente a los casi 174.310 de 2002.
Pero no solo los trabajadores de Libération se oponen a convertirse. El 13 de febrero, el diario publicó un texto firmado por cineastas y artistas franceses de renombre, como la actriz Juliette Binoche, el fotógrafo Bruce LaBruce y el director de cine Gaspar Noé, a los que se sumó un grupo de intelectuales. “No queremos ni un restaurante, ni un espacio cultural, o un bar, o una incubadora de star-up, queremos nuestro periódico cada mañana”, escribieron.
A diferencia de lo que ocurrió aquí con el diario Crítica de la Argentina, fundado por Jorge Lanata en 2008 y que cerró en 2010, los trabajadores de Libé pueden expresar sus opiniones sobre la crisis en el mismo diario. Para ello crearon el dossier “Somos un diario”.  
En el caso de Crítica de la Argentina –en el que Lanata denunció por lavado de dinero al grupo para el que ahora trabaja, Clarín–, los trabajadores solamente alcanzaron a realizar una edición especial llamada Crítica de los Trabajadores en junio de ese año, casi dos meses después de que el diario dejó de salir a la calle.
En Libé, en la edición week-end del 15 y 16 de febrero, a doble página, Libé propone una pregunta a sus lectores: ¿Qué Libé quiere usted? Las críticas no se hicieron esperar: Libé se volvió “demasiado burgués”, “lejos de las luchas sociales”, con “demasiada cantidad de despachos” de la agencia AFP (Agence France Presse) y “falta de investigación”.
La situación actual del diario parisino está cada vez más lejos de parecerse a la de sus comienzos. Libération tomó el nombre del periódico clandestino vinculado a la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, que fue dirigido por Emmanuel d’Astier de la Vigerie, y nació bajo el impulso del Mayo francés.
Libération fue comprado en 2005 por el empresario Edouard de Rothschild, amigo y vecino del expresidente conservador Nicolas Sarkozy y nada afín a una línea editorial de izquierda del diario.
La caída de las ventas y los graves problemas financieros le abrieron las puertas a Rothschild. En abril de 2005, se convirtió en accionista mayoritario con el 38,87% (en la actualidad, el 26,6%, igual que Ledoux). La SCPL redujo su participación al 18,4%. Pero desde 2007, con la creación del holding Refondation, que comanda Rothschild, los trabajadores empezaron a ser excluidos. Actualmente manejan una “migaja”: 0,67%. 
El nuevo hombre fuerte de Libé tomó una primera medida: le pidió la renuncia a Serge July, uno de sus fundadores y director desde 1980, bajo la amenaza de dejar de invertir en el diario. El 30 de junio de 2006, Libération anunció en su tapa la despedida de July: Salut Serge, tituló.
“El director de orquesta que fui les dice adiós. El periodista que soy está infinitamente triste de no poder escribir más aquí. El lector que seguiré siendo les dice a todos adiós”, se despidió July.
Libé es víctima de aquello que July describió en su carta de despedida como “el maelstrom de la revolución digital, que es más intenso, más violento, más rápido de lo que fueron todas las revoluciones industriales”.
Casi ocho años después, Libé está en terapia intensiva. Según cuenta Luisa Corradini, en La Nación, el diario pudo sobrevivir en enero y febrero gracias al anticipo financiero que otorga el Estado francés en concepto de ayudas a la prensa. Y podría recibir un millón de euros suplementario, lo que le permitirá continuar funcionando unas pocas semanas más.
Los accionistas también consiguieron a comienzos de febrero que el Tribunal de Comercio aceptara reestructurar su deuda de 6 millones de euros hasta 2017, pero a condición de que presenten un plan de reducción de 4 millones. 
¿Qué pasará entonces con Libé? Quizá pocos podrían responder a esa pregunta. Lo cierto es que el caso del diario francés es una muestra evidente de cómo la irrupción del capital privado asociado a los grupos financieros no hizo más que propiciar la agonía de las ediciones de papel, ya en crisis con el auge de la Internet.
El País y el francés Le Monde, hoy bajo la tutela del poderoso Grupo Prisa, también pasaron –y pasan– por momentos críticos. A fines de 2012, el diario español despidió a más de un centenar de trabajadores, entre corresponsales, jefes de sección, redactores y administrativos. 
Por ahora solo queda desear que en la calle Béranger no se esté preparando la tapa con el título Salut, Libé.

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