La Sra. Duhalde
Chiche, con su esposo, Eduardo Duhalde.
▪ Marta Dillon opina aquí sobre las infortunadas, anacrónicas y misóginas reflexiones de Hilda González de Duhalde sobre la participación de las mujeres en la política. Chiche mandó de vuelta a casa a las dirigentes, a atender a los hijos y a esperar a sus maridos. Y se puso a tono con los insultos a la Presidenta, a quien acusó de actuar solo con el lóbulo emocional.
Por Marta Dillon
Página 12
Es simpático que Hilda Chiche Duhalde haya acusado a la presidenta de la Nación de falta de inteligencia emocional cuando con una sola frase hizo saltar a la primera plana, al top ten de las reflexiones diarias de las radios AM, la adscripción del antiguo caudillo de la provincia de Buenos Aires al armado político de Sergio Massa. Es que si el marido de la dueña de las infortunadas, anacrónicas y misóginas palabras que develaron sus reflexiones privadas acerca de la pertinencia de la participación de las mujeres en política había conservado hasta el momento la oscuridad en la que se mueve con tanta holgura, ahora su fiel esposa dejó poco margen de duda. Y se necesitó poco para cantar piedra libre, apenas decir que Massa también tiene su “Chiche” para dejar paso al blooper de la ex primera dama, que no sólo habló en particular del lóbulo emocional de Cristina Fernández de Kirchner, sino que, alentada por los muchos llamados que recibió en el día de ayer, se animó a desgranar sus argumentos a favor de la vuelta a casa de las mujeres políticas: que las reuniones se prolongan hasta tarde, que después los hombres se van a comer en amable camarilla, que las mujeres no pueden seguir ese ritmo porque tienen que atender la casa y los hijos, dando por sentado que todas tienen hijos, que todas tienen la misión de atender la casa, como si el doméstico no fuera un trabajo que puede realizar cualquiera, independientemente de su género (aunque habría que decir genitales, ya que género es un término demasiado complejo para la señora que otrora utilizó el Consejo Provincial de la Mujer para administrar desde allí un presupuesto fabuloso que en sus épocas de gestión, a mediados de los 90, en la provincia de Buenos Aires, tomó de los planes sociales en curso para crear su mítica red de manzaneras).
Chiche Duhalde no entiende de género, para ella la biología es destino, y el destino de quienes nacieron con sus cromosomas ordenados en dos X es el cuidado y el servicio... de un hombre. Sin embargo, para no menospreciar a la señora que supo hacerse una “refrescadita” quirófano de por medio justo antes de que su marido se convirtiera en presidente sin mediar votación popular alguna, tal vez lo suyo también obedezca a alguna inteligencia, sea escrita así o con t y z, como lo hacía Arturo Jauretche. Es que Chiche se puso a tono con la misoginia desplegada en los últimos cacerolazos, por ejemplo, donde la palabra “yegua” campea mejor que en la Pampa argentina. A tono con la crispación y la soberbia que supieron endilgarle a la Presidenta sólo por ejercer el poder. A tono con el más clásico y remanido de los insultos o sospechas que puede recibir una mujer con capacidad de mando: loca, impredecible, emocional, presa de los vaivenes de sus hormonas, al punto de, como bien lo retrató en algún momento la revista Noticias, masturbarse en su despacho estimulada por las voces del pueblo argentino bajo el balcón de la Rosada. Porque, claro, horror de los horrores, Cristina Fernández de Kirchner tiene una imagen sexuada y entonces hay que reducirla al oprobio de desear el poder sólo para sus apetitos personales. No en vano Elisa Carrió, a minutos de haber protagonizado su resurrección electoral, dejó en claro que ella en la cama sólo puede tener sus “puchos y la Biblia”, como le dijo a Jorge Lanata.
Con sus dichos, Chiche Duhalde, a quien la política le fue esquiva, a la que arribó sólo para extender el brazo de su marido, supo interpretar una misoginia que está en el ambiente –como la quiso interpretar con poco éxito electoral Francisco de Narváez con su frase “Ella o vos”, la misma que anima a tantos a la violencia de género–, que pretende volver a un orden perdido hace rato e inexorablemente, ése en el que las mujeres sostenían a los varones en el ámbito privado para que ellos pudieran hacer lo suyo en el público. Esos límites, mal que le pese a la señora de Duhalde, ya se han borrado. Ya no hay vuelta atrás para la más profunda de las revoluciones del siglo XX y que es la que han protagonizado las mujeres en las casas, en las plazas y, mal que les pese a muchos, también en las camas. No hay vuelta atrás, aun cuando la violencia de género pretenda disciplinarnos, cobrándose la vida de casi una mujer por día. Porque eso es lo que está en el fondo de la misoginia que ha manifestado la señora, la vida de mujeres reales que no aceptan el mandato de silencio y que, aun a costa de sus cuerpos y de su integridad, siguen ganando espacio, para ellas y para las generaciones que vienen. Reflexione usted, señora de Duhalde, bajo la sombra de su marido; todas las demás sabemos que el camino recorrido no puede ser desandado.
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