Agitar las aguas
Saqueo en un supermercado en Bariloche. | AFP
■ Los recientes robos en supermercados fueron la chispa que terminó de encender un ambiente que ya venía caliente. La agitación se inició con el cacerolazo del 8-N y siguió con el paro nacional del 20-N y la movilización del 19-D. En el medio, las maniobras de Clarín contra la ley de medios. Por su gravedad, los saqueos debían estar en primera plana. Sin embargo, hay manifestaciones de real malestar social que no se difunden. Ocurre en Corrientes con las protestas por los cortes de luz. El gobernador Colombi, como Macri, culpa de todos los males al Gobierno nacional.
Por Data.Chaco
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Es este un fin de año particular en la Argentina. Sin analizar aún los porqués, los saqueos a supermercados en varias ciudades del país fueron la chispa que terminó de encender un ambiente que ya venía caliente por fenómenos naturales extraordinarios, como las fuertes lluvias y el intenso calor que impactaron con fuerza en la vida de millones de argentinos (inundaciones en la ciudad de Buenos Aires y Santa Fe, y prolongados cortes de luz en el NEA), y una campaña de desgaste impulsada por la oposición, en ese bloque extravagante que reúne al cineasta de la resistencia, Pino Solanas, con el epítome de la derecha duhaldista, Jerónimo Venegas, con la enfermera trotskista Vilma Ripoll, como escribió Horacio Verbitsky en Página 12 (ver en Más).
La agitación de las aguas comenzó hace más de un mes. El cacerolazo del
8-N contra el supuesto “régimen opresor” kirchnerista; el paro nacional del
20-N, orquestado por el sindicalismo opositor contra el impuesto a los salarios
altos, y la reciente movilización a Plaza de Mayo el 19 de diciembre, convocada
nuevamente por Moyano-Micheli, contra ya nadie sabe bien qué; más las asonadas
mediático-judiciales del Grupo Clarín y compañía, en su intento de conservar su poder
más allá de las leyes, no podían terminar en otra cosa que en un estallido,
que, si bien no tiene el alcance ni las motivaciones de los ocurridos en otras
épocas, sirven para crear intranquilidad y confusión.
En forma más o menos explícita, casi todos coinciden en que los saqueos
fueron organizados. No se trató esta vez de intentos desesperados de ciertos
sectores por hacerse de comida a como dé lugar, como en 2001. Aunque no nos
interesa aquí analizar los hechos a partir del dato cierto de que de los
comercios se llevaron en gran medida LCD y no comida, todo parece indicar que
el objetivo fue instalar una sensación de caos social justo en las vísperas de
las fiestas de fin de año.
La prensa opositora, con Clarín a la cabeza, aprovechó los actos de vandalismo para hacerse un festín y reinstalar la idea de que todo lo malo que pasa en la
calle es culpa de la Presidenta. Poco original, Joaquín Morales Solá, en La
Nación, atribuye la “violencia social” al “discurso del resentimiento y la política de la confrontación” del gobierno nacional y popular.
Por su gravedad, sus derivaciones (dos muertos y casi 400 detenidos) y
sus implicancias en términos de responsabilidades políticas, los saqueos no
podían no estar en primera plana. Sin embargo, se sabe que los dos diarios más
influyentes del país ofrecen una especie de protección grotesca al jefe de
gobierno porteño, Mauricio Macri. Clarín y La Nación titularon en tapa hace
unos días con el pedido de “disculpas” de Macri por el aumento del ABL, que en
algunos casos llega al 100%. Imaginamos qué habrían dicho estos dos diarios si
el aumento hubiera sido decidido en la Casa Rosada.
Por estas tierras, en Corrientes, ocurre algo similar con el gobierno de
Ricardo Colombi. Después del fuerte
temporal del jueves 29 de noviembre, el malestar por los cortes de luz en la
provincia fue en aumento. La Dirección Provincial de Energía (DPEC) sigue sin
subsanar daños que dejó aquella tormenta y tampoco los provocados por el
intenso calor, que hace estallar literalmente los transformadores.
Hay barrios en la capital correntina que pasan días enteros sin luz, en
una ciudad que soporta en esta época del año sensaciones térmicas cercanas a
los 45°. Hay vecinos que pierden electrodomésticos por los golpes de tensión,
sin que nadie les reconozca el perjuicio. Miles de correntinos van a trabajar
sin dormir debido a la falta de luz en sus viviendas. A eso debe agregarse que,
sin electricidad, tampoco hay agua potable.
En algunos barrios, incluso en los céntricos, como el exclusivo Cambá
Cuá, la gente corta las calles. Son piquetes que se
levantan contra la desidia, la inoperancia y la impericia de un gobierno que,
al igual que el de Macri, atribuye todos los males al Gobierno nacional.
Jamás se le escuchó hablar a Colombi de los problemas estructurales en la
red de energía provincial, la obsolescencia de los equipos, las deficiencias de
la empresa estatal, la corruptela que anida en ella y los negociados con
privados. Pese a que ya lleva casi 12 años en el poder, alternando con su
primo, Arturo Colombi, el gobernador solo atinó a responder, hace unos días, que
con 44 grados de temperatura no hay sistema que aguante.
Es cierto que el robo de electricidad en Corrientes es más común de lo
que se cree. En 2010, cuando se produjo un colapso que dejó a la provincia al
borde del apagón total, la DPEC descubrió irregularidades en un barrio de clase
media alta. Y hay negocios céntricos con conexiones clandestinas. Estafar al
Estado es el pasatiempo preferido de todos los sectores sociales de Corrientes,
incluidos los acomodados.
En la prensa correntina poco y nada se refleja de todo lo que ocurre con
los apagones en los barrios capitalinos y en localidades del interior, donde
sus pobladores salen a cortar rutas, cansados de no tener respuestas. Es un
drama con consecuencias cada vez más graves: las pérdidas no se dan solo en el comercio;
hay perjuicios también en los hospitales, por ejemplo.
Si bien el malestar reinante en Corrientes por los cortes de luz está
lejos de parecerse al clima de violencia montado en las últimas horas en varias
ciudades argentinas, el hartazgo que se genera cuando no se brindan los
servicios básicos es una bomba de tiempo. Y lo es, por sobre todo, cuando quienes
deben solucionar problemas de infraestructura prefieren destinar recursos del
Estado a actividades y sectores que no son por ahora prioritarios. O, lo que es
peor, prefieren con los dineros públicos atender ambiciones personales.
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