La desmemoria de Magdalena
El polémico artículo de Ruiz Guiñazú, publicado en La Nación.
■ La periodista, ultraopositora al gobierno de Cristina Fernández, urdió una falsa acusación y mintió al denunciar la supresión de la firma de Ernesto Sábato del Prólogo del Nunca Más. Pero eso no fue todo. En el mismo artículo, incurre en otra falacia: equipara los alzamientos carapintadas de Rico y Seineldín con el copamiento del regimiento de La Tablada. Sorprende su falta de rigor a la hora de aludir a hechos objetivos de la historia reciente del país, de los que ella fue testigo directa.
Por Data.Chaco
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Como ocurre con millones de argentinos, a Magdalena Ruiz Guiñazú puede disgustarle sobremanera el gobierno de Cristina Fernández y, en consecuencia, opinar de él lo peor. Lo que no puede hacer es alzar una falsa acusación y mentir –encima por partida doble– como lo hizo en su reciente artículo Robar a los muertos, publicado en La Nación. Ella tiene una altísima responsabilidad como periodista, como ciudadana y, fundamentalmente en este caso, como integrante de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
El tema ya fue analizado en el blog Más, en la columna Un prólogo, el epílogo de Magdalena, y ya quedó claro que la acusación de la periodista ultraopositora acerca de que se había suprimido la firma de Ernesto Sábato del Prólogo del Nunca Más es una falacia, puesto que ese texto nunca fue firmado por el escritor que presidió la Conadep. Y ello quedó plenamente demostrado con las páginas escaneadas o fotografiadas de la primera edición de noviembre de 1984 y publicadas en Internet, y en la constatación que hicieron muchos poseedores de ejemplares del Informe.
Pese a todo ello y a la aclaración que brindó la propia editorial, Eudeba, Magdalena no se retractó y se limitó a responder que ella había visto en un sitio web (http://www.losderechoshumanos.com.ar/sabato.htm) que el Prólogo no solo estaba firmado por Sábato sino que además hay una foto de él.
Pero esto no es todo. En el mismo artículo en que acusa al Gobierno de “apropiarse de la Memoria”, Ruiz Guiñazú comete un error de apreciación sobre hechos recientes de la vida del país. “Suprimir de este proceso [el Informe Nunca Más] a Ernesto Sábato es simplemente robarle (a quien no puede replicar) una tarea asumida con enorme responsabilidad en años en los que las Fuerzas Armadas tenían aún un gran poder (recordemos los golpes de Semana Santa, Villa Martelli, La Tablada, etc.)”, afirma.
Al respecto, hay que aclarar que el asalto al regimiento de La Tablada, el 23 de enero de 1989, fue perpetrado por el Movimiento Todos por la Patria (MTP), de Enrique Gorriarán Merlo, antiguo miembro del PRT-ERP, organización guerrillera de los 70, con lo que ese hecho no tiene relación directa con las FF. AA. ni con los alzamientos carapintadas de Semana Santa (1987) y Villa Martelli (1988), cuyo objetivo fue “terminar con los tribunales que juzgaban los crímenes cometidos en el Proceso, en nombre de la obediencia debida”, como recuerda José María Pasquini Durán en su libro Ilusiones argentinas.
El ataque al regimiento estuvo a cargo de un grupo de civiles armados, en su mayoría jóvenes, que pretendía “defender la democracia” de un supuesto golpe carapintada contra el gobierno de Raúl Alfonsín, según contó el propio Gorriarán (ver Los puntos oscuros del asalto a La Tablada).
Ese alzamiento contra Alfonsín debía concretarse el 23 de enero, con epicentro en el cuartel de La Tablada, y formaría parte de “un complot más vasto, que incluía a Carlos Menem y otros dirigentes del peronismo, y que colocaba en el horizonte cercano la destitución” del presidente y “su sustitución por el vicepresidente Victor Martínez”, cuenta Claudia Hilb, en La Tablada: el último acto de la guerrilla setentista.
La intención era “fabricar un escenario ficticio de golpe carapintada, cuyo desenlace debía tomar ante los ojos de la sociedad el aspecto de la victoria de un grupo de jóvenes y audaces militantes populares, que en su acción habían logrado lo que no lograba la clase política en el poder: frenar un alzamiento contra la democracia. Y que, enancados sobre ese éxito, movilizarían al pueblo hacia la insurrección en pos de un cambio político de envergadura –en pos de la revolución”, señala Hilb.
Surgió después la hipótesis de que el ingreso al cuartel del grupo del MTP pudo haber sido el resultado de una operación de inteligencia urdida en las oficinas del ministro del Interior de aquellos tiempos, Enrique Coti Nosiglia, con el fin de desprestigiar a Menem, que se perfilaba ya entonces como el potencial triunfador en las elecciones de 1989.
Con todo, lo cierto es que el copamiento del regimiento de La Tablada terminó con 29 atacantes muertos y 13 prisioneros. Gorriarán Merlo, fallecido en 2006, fue condenado a reclusión perpetua por ese hecho e indultado en 2003 por el entonces presidente Eduardo Duhalde.
Veinte años después, dos militares que habían intervenido en la recuperación del regimiento fueron detenidos por torturas y fusilamientos a integrantes del MTP, ya que una investigación determinó que nueve atacantes que sobrevivieron y habían sido capturados por los militares fueron ejecutados extrajudicialmente y que los trece sobrevivientes del ataque, como otros cómplices aprehendidos fuera del cuartel, torturados por agentes del Estado.
Esto demuestra que la locura de La Tablada no puede, como pretende Magdalena, equipararse con los levantamientos de Aldo Rico y Mohamed Alí Seineldín, que comandaron las asonadas carapintadas durante el gobierno alfonsinista.
Sorprende, entonces, la falta de rigor de Magdalena a la hora de aludir a hechos objetivos de la historia reciente del país, de los que ella, sin duda, fue testigo directa como periodista.
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