El extraño poder de la muerte
José Luis Brés Palacio | DATAPUNTOCHACO
Hace dos semanas, se murieron un periodista
tibio y un cantante machista retrógrado. Marcelo Zlotogwiazda, uno. Cacho
Castaña, el otro. De pronto, la muerte esparció sobre las voces de los que
aparecen en los medios masivos de comunicación una especie de corrección
política falaz que impide reconocer, sin ser insolentes, maleducados o
irrespetuosos, quiénes eran los difuntos en realidad.
Esas reacciones me trajeron un recuerdo de mi adolescencia del tío Arnulfo. Su nombre, sacado del almanaque como era costumbre familiar, fue un temprano presagio de lo que fue su vida. San Arnulfo de Metz es el santo patrono de la cerveza. Y, aunque el tío Arnulfo se dedicó al vino, cierto es que se dedicó alcohol con santa persistencia. Alrededor del cajón del tío caú (borracho, en guaraní), los dolientes hacían corro. Sus ayes eran las crestas de las olas de lamentos y suspiros que subían y bajaban de volumen como las aguas del mar contra una orilla.
Algo de la escena parecía fuera de foco. Algo que impedía que aquella escena resultara aunque más no fuera un poco menos surrealista. Definitivamente, algo no encajaba. Y fue mi tía Carmen quien salió al cruce de mi desconcierto como siempre solía hacerlo con un tino que hasta hoy me maravilla. —Miralos. Parece que no fuera él quien está en el cajón. ¿Por quién se lamentan? ¡Como si alguna vez hubieran sido ellos los que fueron a rescatarlo de algún zanjón, tugurio o plaza! Increíble, che, hasta ayer era lo peor que había y hoy, muerto, es casi un monje. Acostumbrate, sobrino, en esta familia la muerte borra de un plumazo tu vida. Fiel a su costumbre, mi tía se abrió paso entre los afligidos y se afirmó sobre el borde del féretro. Mirando como a través del cadáver, sentenció: “Se murió como vivió: borracho. Su gran virtud fue la perseverancia. Se chupó todo, pero fue siempre leal a sí mismo”. Ese día comencé a entender el significado de la palabra hipocresía. Aunque debo confesar que hasta el día de hoy sigo encontrándole sinónimos.
Esas reacciones me trajeron un recuerdo de mi adolescencia del tío Arnulfo. Su nombre, sacado del almanaque como era costumbre familiar, fue un temprano presagio de lo que fue su vida. San Arnulfo de Metz es el santo patrono de la cerveza. Y, aunque el tío Arnulfo se dedicó al vino, cierto es que se dedicó alcohol con santa persistencia. Alrededor del cajón del tío caú (borracho, en guaraní), los dolientes hacían corro. Sus ayes eran las crestas de las olas de lamentos y suspiros que subían y bajaban de volumen como las aguas del mar contra una orilla.
Algo de la escena parecía fuera de foco. Algo que impedía que aquella escena resultara aunque más no fuera un poco menos surrealista. Definitivamente, algo no encajaba. Y fue mi tía Carmen quien salió al cruce de mi desconcierto como siempre solía hacerlo con un tino que hasta hoy me maravilla. —Miralos. Parece que no fuera él quien está en el cajón. ¿Por quién se lamentan? ¡Como si alguna vez hubieran sido ellos los que fueron a rescatarlo de algún zanjón, tugurio o plaza! Increíble, che, hasta ayer era lo peor que había y hoy, muerto, es casi un monje. Acostumbrate, sobrino, en esta familia la muerte borra de un plumazo tu vida. Fiel a su costumbre, mi tía se abrió paso entre los afligidos y se afirmó sobre el borde del féretro. Mirando como a través del cadáver, sentenció: “Se murió como vivió: borracho. Su gran virtud fue la perseverancia. Se chupó todo, pero fue siempre leal a sí mismo”. Ese día comencé a entender el significado de la palabra hipocresía. Aunque debo confesar que hasta el día de hoy sigo encontrándole sinónimos.
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