TV, rating y democracia
La democracia de los medios: vos, ¿qué opinás?
▪ El nuevo sistema de calificaciones en las escuelas bonaerenses disparó durante estos días discursos alarmistas. Los opinadores apabullan y el periodismo se hace eco de tuits y de los mensajes de los oyentes tomados como verdades. La opinión pública y la falsa idea de que lo que se discute en los medios es lo que interesa a todos.
Florencia Saintout *
Página 12
Durante
estos días, y a partir de una medida tomada por el gobierno de la provincia de
Buenos Aires acerca de los sistemas de promoción escolar, asistimos a un
extravagante debate en la televisión que con la excusa de hablar de educación
actualizó miradas reaccionarias siempre dispuestas a golpear bajo.
Está
muy bien que se piense la educación en ámbitos que no se restringen a lo
académico, pero de golpe todos los medios se llenaron de discursos alarmistas y
alarmados sobre el “exceso de los derechos de los niños”, la “falta de
autoridad”, “el libertinaje”. Y esto en el marco de una plataforma de
interpretación basada en la verdad asumida de que la educación está en
decadencia y que la calidad se ha perdido.
Entonces,
como realmente siempre es necesario un debate ampliado sobre el sistema
educativo (no todos los países ni siquiera aquellos que para muchos son modelos
a seguir debaten la educación masivamente), tal vez sea necesario puntear
algunos elementos para hacer más honesto el análisis, en un listado seguramente
abierto e incompleto.
1)
La gente opina. En el campo de la sociología existe un texto ya clásico que se
llama La opinión pública no existe,
de Pierre Bourdieu. Allí el sociólogo explica cómo es que lo que se llama
opinión pública no es una verdad por fuera de la historia sino que es
inventada. Que es un artefacto. No es que dice que los sujetos no tienen
opinión, o que sus opiniones son falsas o mentirosas, sino que afirma que son
creadas en procesos de luchas por el sentido. Y en esas luchas no todos tienen
el mismo poder ni sus voces se escuchan de igual modo.
Los
medios de comunicación tienen posiciones privilegiadas respecto de muchos otros
actores. Ocupan un lugar central en las capacidades de modelar el sentido
común, especialmente sus opinadores dominantes. Incluso hablan en nombre de “la
gente” (no solamente sin ser votados por los ciudadanos, es decir, sin mediar
sistema de representación alguno, sino que tampoco apelan a ningún estudio
sociológico o fuente que pueda dar cuenta de lo que según ellos “dice la
gente”).
Hemos
visto en estos días cómo a propósito de una medida en particular sobre la
educación despliegan una batería de opiniones, que son dichas con estatuto de
verdad, sobre la decadencia del sistema educativo en general. Aprovechan una
medida (más o menos feliz, pero imposible de evaluar en la plataforma de
discusión que ellos plantean) para sostener afirmaciones tales como que la
calidad de la educación en la Argentina es pobre y que los gobiernos hacen todo
lo posible para bajar lo que llaman el nivel. Sin contextos, sin develaciones
respecto de qué es lo que entienden por calidad (la calidad es una categoría
clasificatoria: depende de quién es el clasificador y de qué ideales sostiene
para ubicarla en un lugar o en otro); sin más datos que los de las pruebas
estandarizadas en el mejor de los casos (en el peor sin ellas incluso), llegan
a conclusiones de que, en un proceso casi mágico, coinciden con las de un
público cuyos mensajes seleccionan y que además han contribuido a formar.
Discutir
sobre calidad educativa no sólo es deseable, sino que es necesario. Pero esto
no puede hacerse de una manera tan banal como lo hacen los animadores de la
televisión. Y es verdad que la educación no es sólo una cuestión de
especialistas, sino un debate que debe darse toda la sociedad, pero es falso
que cuando los medios discuten están discutiendo todos. La democracia del
rating no es democracia: es puro mercado.
2)
La medida. Volviendo a la excusa de esta semana, la medida de calificación y
promoción de materias que acredite recorridos no puede ser analizada en sí
misma, ni sin poner en relación ciertos elementos. La acreditación va ligada a
la evaluación, y la evaluación a todo el proceso pedagógico que a su vez se
inscribe siempre en un proyecto ético/político. No es un punto que se agregue
al final, desprendido del resto, sino que por lo contrario depende de
posiciones epistemológicas, políticas, éticas y estéticas que hacen de todo el
proceso una totalidad. Pero los medios no sólo descontextualizaron y aislaron
la información (fieles a sus claves de lecturas de siempre), sino que algunos
periodistas tuvieron el descaro de afirmar que ni siquiera conocían de qué se
trataba el asunto, sin privarse por eso de condenar la medida.
Estando
o no de acuerdo con la nueva propuesta educativa, es interesante la ocasión
para reflexionar y demandar una vez más la necesaria responsabilidad social de
los medios y comunicadores a la hora de la búsqueda de la información. El
periodismo no puede ser la mera correa de transmisión de los partes oficiales o
empresariales, o de los tuiteros u oyentes (categoría siempre interesada) que
previa selección son tomados como verdad del asunto. El periodismo tiene que
investigar, buscar, formarse para entender, escuchar y, finalmente, comprender
complejamente para comunicar.
3)
Los expertos. Otro punto del asunto lo constituyen los expertos. Hemos visto
que junto a los opinólogos y su capacidad minuto a minuto de pescar en las
redes aquello que reafirma sus posiciones, también están los expertos. No son
ni los legisladores ni los intérpretes, sino los especialistas, en este caso en
educación, que aparecen en la televisión para decir ¡exactamente lo mismo que
ya ha afirmado el animador/comunicador! En un lenguaje semejante pero con un
leve plus de traducción, sus palabras se parecen tanto que lo que distingue a
uno de otro es el lugar de enunciación ordenado por la estrategia televisiva.
El experto, como aquel que se supone neutral, poseedor de un saber disponible
para cualquier poder, porque el poder no es lo suyo. Sacrificando la traducción
(que siempre trae un plus de riqueza) y acomodándose a otra lengua que habla
por él. Porque de lo que se trata es de que siga hablando la empresa
periodística que el experto sólo ayuda a ilustrar.
4)
Finalmente, otra vez la calidad. En estos días vemos cómo, ante la menor
chispa, brotan por todos lados posiciones que demandan autoritarismo y
regresión sobre medidas que han democratizado la vida común. Cómo los heraldos
negros de la derecha se mandan anuncios. Se habla de seguridad y se afirma que
unos no tienen derecho a la vida. Se habla de trabajo y se dice que basta ya
con la AUH. Se habla de hábitat y se dice que hay que deportar migrantes. Se
habla de buitres y se dice que nos tienen que devorar.
Cuando
se habla de educación se dice que nada alcanza porque bajó la calidad.
Esta
es una idea de la que es necesario sospechar. Y no diciendo que todo está bien,
sino problematizándola con hechos muy concretos y con ideas muy concretas.
¿De
qué calidad están hablando? Apelarán a las pruebas PISA (a las que el gobierno
de Argentina no les huyó). En tal caso, es interesante conocer el documento del
Grupo de Trabajo de Clacso sobre Políticas Educativas y Derecho a la Educación
en América Latina y el Caribe, que reunido el 11 y 12 de agosto en Salvador de
Bahía analizó, y se pronunció, especialmente estas pruebas.
Allí
se habla de un debate que no se da en la televisión y que tiene que ver con qué
modelos de evaluación queremos de acuerdo a qué modelos de educación queremos:
si una educación para pocos desde una perspectiva tecnócrata o una educación
cuya calidad se juegue en la capacidad de formar sujetos para la emancipación y
la democracia.
Si
esta última es la opción hay que recordar algunos datos que no son relatos:
entre los años 2003 y 2014 se construyeron 1742 escuelas (entre 1989 y 1999 se
habían construido 7 y entre 2000 y 2002 ninguna). O el dato de los 6,5 del PBI
destinados a educación. O los más de 100.000 niños que volvieron a la escuela y
los 400.000 compatriotas que egresaron del Fines.
Calidad
educativa es también pensar matemáticas para hacer satélites y biología para
devolver identidades. Química para hacer medicamentos para los que no los
tienen. Sociales para saber de los nos/otros, con los que compartimos el mundo.
Ciencia para imaginar.
Calidad
educativa es que los niños y los adolescentes sepan que existen todos y todas.
Que hay derechos para pelear y defender. Que los genocidas están presos cuando
ellos están en el aula y que Estela recuperó a su nieto no por suerte ni magia,
sino por luchar. Y que al que viene más lento hay que acompañarlo, para llegar
juntos, a tiempo.
Esos
debates también deberían estar en la televisión.
*
Decana de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad
Nacional de La Plata.
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